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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy en Italia y en muchos otros países se celebra la Ascensión del Señor. Es una fiesta que conocemos bien, pero que puede hacer surgir algunas preguntas, al menos dos. La primera: ¿por qué celebrar la partida de Jesús de la tierra? ¡Parecería que su despedida sea un momento triste, no precisamente algo por lo que estar alegre! ¿Por qué celebrar una partida? Primera pregunta. Segunda pregunta: ¿qué hace ahora en el cielo? Primera pregunta: ¿por qué celebrar? Segunda pregunta: ¿qué hace Jesús en el cielo?

Por qué celebramos. Porque con la Ascensión sucedió algo nuevo y hermoso: Jesús ha llevado nuestra humanidad, nuestra carne al cielo - ¡es la primera vez! - es decir la ha llevado a Dios. Esa humanidad, que había tomado en la tierra, no se ha quedado aquí. Jesús resucitado no era un espíritu, no, tenía su cuerpo humano, la carne, los huesos, todo, y ahí, en Dios, estará para siempre. Podemos decir que desde el día de la Ascensión Dios mismo ha “cambiado”: ¡desde entonces ya no es solo espíritu, sino que por todo lo que nos ama lleva en sí nuestra misma carne, nuestra humanidad! El lugar que nos espera está indicado, nuestro destino está ahí. Así escribía un antiguo Padre en la fe: «¡Espléndida noticia! Aquel que se ha hecho hombre por nosotros […], para hacernos sus hermanos, se presenta como hombre delante del Padre, para llevar consigo a todos aquellos que están unidos a él» (S. Gregorio de Nisa, Discurso sobre la resurrección de Cristo, 1). Hoy celebramos “la conquista del cielo”: Jesús que vuelve al Padre, pero con nuestra humanidad. Y así el cielo es ya un poco nuestro. Jesús ha abierto la puerta y su cuerpo está ahí.

La segunda pregunta: ¿qué hace Jesús en el cielo? Él está por nosotros delante del Padre, le muestra continuamente nuestra humanidad, muestra las llagas. A mí me gusta pensar que Jesús, delante del Padre, reza así, enseñándole las llagas. “Esto es lo que he sufrido por los hombres: ¡haz algo!”. Le enseña el precio de la redención, y el Padre se conmueve. Esto es algo que me gusta pensar. Así reza Jesús. Él no nos ha dejado solos. De hecho, antes de ascender nos dijo, como dice el Evangelio hoy: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final del mundo» (Mt 28,20). Está siempre con nosotros, nos mira, está «siempre vivo para interceder» (Hb 7,25) en nuestro favor. Para enseñar las llagas al Padre, por nosotros. En una palabra, Jesús intercede; está en el mejor “lugar”, delante del Padre suyo y nuestro, para interceder por nosotros.

La intercesión es fundamental. También nos ayuda a nosotros esta fe: nos ayuda a no perder la esperanza, a no desanimarnos. Delante del Padre hay alguien que le enseña las llagas e intercede. La Reina del cielo nos ayude a interceder con la fuerza de la oración.


 
Después del Regina Caeli

¡Queridos hermanos y hermanas!

Es triste pero, un mes después del estallido de la violencia en Sudán, la situación sigue siendo grave. Al alentar los acuerdos parciales alcanzados hasta ahora, renuevo mi sentido llamamiento a que se depongan las armas, y pido a la comunidad internacional que no escatime esfuerzos para hacer prevalecer el diálogo y aliviar el sufrimiento de la población. Por favor, no nos acostumbremos a los conflictos y a la violencia. ¡No nos acostumbremos a la guerra! Y sigamos estando cerca del martirizado pueblo ucraniano.

Se celebra hoy la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, sobre el tema Hablar con el corazón. Es el corazón el que nos mueve a una comunicación abierta y acogedora. Saludo a los periodistas y a los trabajadores de la comunicación aquí presentes, les doy las gracias por su trabajo y deseo que estén siempre al servicio de la verdad y del bien común. ¡Un aplauso a todos los periodistas!

Hoy empieza la Semana Laudato si’. Doy las gracias al Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y a las numerosas organizaciones adheridas; e invito a todos a colaborar con el cuidado de nuestra casa común: ¡hace mucha falta unir habilidades y creatividad! Nos lo recuerdan también las recientes calamidades, como las inundaciones que han golpeado estos días Emilia Romaña, a cuya población renuevo de corazón mi cercanía. Ahora en la plaza se distribuirán los libritos sobre la Laudato si’ que el Dicasterio ha preparado en colaboración con el Instituto ambiental de Estocolmo. 

Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de tantos países… Veo muchas banderas, ¡bienvenidos! Saludo, en particular a las Hermanas Franciscanas de Santa Isabel de Indonesia - ¡desde lejos! – a los fieles de Malta, Mali, Argentina, la Isla Caribeña Curazao y la Banda Musical de Puerto Rico. ¡Nos gustaría escucharos tocar después!

Saludo además a la peregrinación diocesana de Alejandría; los chicos de la Confirmación de la diócesis de Génova, que encontré ayer en Santa Marta, con la gorra roja, allí, ¡muy bien!; los grupos parroquiales de Molise, Scandicci, Grotte y Grumo Nevano; las asociaciones comprometidas con la defensa de la vida humana; el Coro juvenil “Emil Komel” de Gorizia; las escuelas “Caterina di Santa Rosa” y “Sant’Orsola” de Roma y a los chicos de la Inmaculada.

A todos vosotros os deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Por favor, no os olvidéis. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, solemnidad de Pentecostés, el Evangelio nos lleva al Cenáculo, donde los apóstoles se habían refugiado tras la muerte de Jesús (Jn 20,19-23). El Resucitado, en la tarde de Pascua, se presenta precisamente en aquella situación de miedo y angustia y, soplando sobre ellos, les dice: “Reciban el Espíritu Santo” (v. 22). Así, con el don del Espíritu, Jesús quiere liberar a los discípulos del miedo, de ese miedo que los mantiene encerrados en sus casas, y los libera para que puedan salir y convertirse en testigos y anunciadores del Evangelio. Detengámonos un poco sobre esto que hace el Espíritu: libera del miedo.

Los discípulos habían cerrado las puertas, dice el Evangelio, “por miedo” (v. 19). La muerte de Jesús les había desanimado, sus sueños se habían hecho añicos, sus esperanzas se habían desvanecido. Y se habían encerrado. No solo en aquella pequeña habitación, sino en su interior, en su corazón. Quisiera subrayar esto: encerrados. ¿Cuántas veces nos encerramos en nosotros mismos? ¿Cuántas veces, por alguna situación difícil, por algún problema personal o familiar, por el sufrimiento que padecemos o por el mal que respiramos a nuestro alrededor, corremos el riesgo de caer poco a poco en la pérdida de la esperanza y nos falta el valor para seguir adelante? Muchas veces sucede esto. Entonces, como los apóstoles, nos encerramos en nosotros mismos, atrincherándonos en el laberinto de las preocupaciones.

Hermanos y hermanas, este “encerrarnos en nosotros mismos” sucede cuando, en las situaciones más difíciles, permitimos que el miedo tome el control y levante la voz dentro de nosotros. Cuando entra el miedo, nosotros nos cerramos. La causa, entonces, es el miedo: miedo a no ser capaces de enfrentar algo, a estar solos ante las batallas cotidianas, a arriesgarse y luego decepcionarse, a tomar decisiones equivocadas. Hermanos, hermanas, el miedo bloquea, el miedo paraliza. Y también aísla: pensemos en el miedo hacia el otro, al extranjero, al diferente, al que piensa distinto. E incluso puede haber miedo a Dios: miedo a que me castigue, a que se enfade conmigo... Si damos espacio a estos falsos miedos, se cierran las puertas: las puertas del corazón, las puertas de la sociedad, ¡e incluso las puertas de la Iglesia! Donde hay miedo, hay cerrazón. Y eso no está bien.

El Evangelio, sin embargo, nos ofrece el remedio del Resucitado: el Espíritu Santo. Él libera de las prisiones del miedo. Al recibir el Espíritu —lo celebramos hoy—, los apóstoles abandonan el Cenáculo y salen al mundo para perdonar los pecados y proclamar la Buena Nueva. Gracias a Él, se vencen los miedos y se abren las puertas. Porque esto es lo que hace el Espíritu: nos hace sentir la cercanía de Dios y así su amor echa fuera el temor, ilumina el camino, consuela, sostiene en la adversidad. Ante los temores y las cerrazones invoquemos al Espíritu Santo para nosotros, para la Iglesia y para el mundo entero: para que un nuevo Pentecostés ahuyente los miedos que nos asaltan y reavive el fuego del amor de Dios.

Que María Santísima, la primera que fue colmada del Espíritu Santo, interceda por nosotros.


Después del Regina Caeli

Queridos hermanos y hermanas:

El pasado 22 de mayo conmemoramos el 150º aniversario de la muerte de una de las máximas figuras de la literatura, Alessandro Manzoni. Él, a través de sus obras, fue un cantor de las víctimas y de los últimos: ellos siempre están bajo la mano protectora de la Divina Providencia, que “pone por tierra y despierta, aflige y consuela”; y también están sostenidos por la cercanía de los fieles pastores de la Iglesia, presentes en las páginas de la obra maestra de Manzoni.

Los invito a rezar por las poblaciones que viven en la frontera entre Myanmar y Bangladesh, duramente golpeadas por un ciclón: más de ochocientas mil personas, que se suman a los numerosos rohinyás que ya viven en condiciones precarias. Al renovar mi cercanía a estas poblaciones, hago un llamado a los líderes para que faciliten el acceso de la ayuda humanitaria, y apelo al sentido de la solidaridad humana y eclesial para que acudan en ayuda de estos hermanos y hermanas nuestros.

Saludo cordialmente a todos ustedes, romanos y peregrinos de Italia y de muchos países, especialmente a los fieles de Panamá y a la peregrinación de la archidiócesis de Tulancingo (México), que celebran Nuestra Señora de los Ángeles; así como al grupo de Novellana (España). Saludo también a los fieles de Celeseo (Padua) y de Bari, y envío mi bendición a los reunidos en el Policlínico Gemelli para promover iniciativas de fraternidad con los enfermos.

El próximo miércoles, al final del mes de mayo, están previstos momentos de oración en los santuarios marianos de todo el mundo para apoyar la preparación de la próxima Asamblea Ordinaria del Sínodo de los obispos. Pedimos a la Virgen María que acompañe con su protección materna esta importante etapa del Sínodo. Y a Ella confiamos también el deseo de paz de tantas poblaciones del mundo, especialmente de la atormentada Ucrania.

Les deseo a todos un buen domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Que tengan un buen almuerzo y adiós!

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, Solemnidad de la Santísima Trinidad, el Evangelio está tomado del diálogo de Jesús con Nicodemo (cfr. Jn 3,16-18). Nicodemo era un miembro del Sanedrín, apasionado por el misterio de Dios; reconoce en Jesús a un maestro divino y, por la noche, a escondidas, va a hablar con Él. Jesús lo escucha y comprende que es un hombre que está en un proceso de búsqueda. Entonces, primero lo sorprende, respondiéndole que para entrar en el Reino de Dios es preciso renacer; y después le desvela el corazón del misterio diciéndole que Dios ha amado tanto a la humanidad que ha enviado a su Hijo al mundo. Jesús, el Hijo, nos habla del Padre y de su inmenso amor.

Padre e Hijo. Es una imagen familiar que, si lo pensamos, echa por tierra nuestro imaginario sobre Dios. Efectivamente, la palabra “Dios” nos sugiere una realidad singular, majestuosa y distante, mientras que oír hablar de un Padre y un Hijo nos reconduce a casa. Sí, podemos pensar en Dios a través de la imagen de una familia reunida en torno a la mesa donde se comparte la vida. Por lo demás, la mesa, que al mismo tiempo es altar, es un símbolo junto al que ciertos iconos representan a la Trinidad. Es una imagen que nos habla de un Dios comunión. Padre, Hijo y Espíritu Santo: comunión.

¡Pero no es solo una imagen, es realidad! Es realidad porque el Espíritu Santo, el Espíritu que el Padre mediante Jesús ha infundido en nuestros corazones (cfr. Gal 4,6) nos hace gustar, nos hace experimentar la presencia de Dios: presencia siempre cercana, compasiva y tierna. El Espíritu Santo hace con nosotros como Jesús con Nicodemo: nos introduce en el misterio del nuevo nacimiento -el nacimiento de la fe, de la vida cristiana-, nos desvela el corazón del Padre y nos hace partícipes de la vida misma de Dios.

La invitación que nos dirige, podríamos decir, es la de sentarnos a la mesa con Dios para compartir su amor. Esta es la imagen. Esto es lo que sucede en cada Misa, en el altar de la mesa eucarística, donde Jesús se ofrece al Padre y se ofrece por nosotros. Sí, así es, hermanos y hermanas, nuestro Dios es comunión de amor, y así nos lo ha revelado Jesús. ¿Y saben qué podemos hacer para recordarlo? El gesto más simple, que hemos aprendido de niños: la señal de la cruz. Con el gesto más simple, con esta señal de la cruz, trazando la cruz sobre nuestro cuerpo, recordamos cuánto nos ha amado Dios, hasta dar la vida por nosotros; y nos repetimos que su amor nos envuelve completamente, de arriba abajo, de izquierda a derecha, como un abrazo que no nos abandona nunca. Al mismo tiempo, nos comprometemos a testimoniar a Dios-amor, creando comunión en su nombre. Ahora, cada uno de nosotros, y todos juntos, hagamos la señal de la cruz [hace la señal de la cruz].

De este modo, hoy podemos preguntarnos: ¿testimoniamos a Dios-amor? ¿O bien Dios-amor se ha convertido para nosotros en un concepto, algo que ya hemos escuchado pero que ya no nos mueve y ya no provoca la vida? Si Dios es amor, ¿nuestras comunidades lo testimonian? ¿Nuestras comunidades saben amar? Y nuestra familia, ¿sabemos amar en familia? ¿Tenemos siempre la puerta abierta, sabemos acoger a todos, y subrayo a todos, acoger como hermanos y hermanas? ¿Ofrecemos a todos el alimento del perdón de Dios y el vino de la alegría evangélica? ¿Se respira aire de casa, o nos parecemos más a una oficina o a un lugar reservado donde solo entran los elegidos? Dios es amor, Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y ha dado la vida por nosotros, por eso hacemos la señal de la cruz.

Que María nos ayude a vivir la Iglesia como una casa en la que se ama de manera familiar, para gloria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.            

 


Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

aseguro mis oraciones por las numerosas víctimas del accidente ferroviario acaecido en India hace dos días. Manifiesto mi cercanía a los heridos y a los familiares de las víctimas. Que el Padre celestial acoja en su Reino a las almas de los difuntos

Saludo a los romanos y a los peregrinos procedentes de Italia y de numerosos países, en particular a los fieles de Villa Alemana (Chile) y a los chicos de la Confirmación de Cork (Irlanda). Saludo a los grupos de Poggiomarino, Roccapriora, Macerata, Recanati, Aragona y Mestrino, así como a los chicos de la Confirmación y de la Primera Comunión de Santa Giustina in Colle.

Un saludo especial para los representantes del Arma de los Carabineros, a quienes agradezco su cercanía cotidiana a la población; que la Virgo Fidelis, que es su Patrona, los proteja a ustedes y a sus familias. A Ella, Madre premurosa, encomiendo las poblaciones afligidas por la calamidad de la guerra, especialmente la querida y martirizada Ucrania.

Saludo a todos, también a los jóvenes de la Inmaculada, que son buenos; y les deseo un feliz domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias, buen almuerzo y ¡hasta la vista!

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Deseo expresar mi gratitud a cuantos, en los días de mi ingreso en el Policlínico Gemelli, me han manifestado afecto, preocupación y amistad, y me han asegurado el apoyo de la oración. Esta cercanía humana y espiritual ha sido para mí de gran ayuda y consuelo. ¡Gracias a todos, gracias a vosotros, gracias de corazón!

Hoy, en el Evangelio, Jesús llama por nombre – llama por nombre -  y envía a los doce Apóstoles. Al enviarles, les pide que anuncien una sola cosa: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 10,7). Es el mismo anuncio con el que Jesús inició su predicación: el reino de Dios, es decir su señorío de amor, se ha hecho cercano, viene en medio de nosotros. Y esta no es una noticia entre las otras, sino la realidad fundamental de la vida: la cercanía de Dios, la cercanía de Jesús.

De hecho, si el Dios de los cielos está cerca, nosotros no estamos solos en la tierra y en las dificultades tampoco perdemos la fe. Esto es lo primero que hay que decir a la gente: Dios no es distante, sino que es Padre. Dios no es distante, es Padre, te conoce y te ama; quiere tomarte de la mano, también cuando vas por senderos empinados y difíciles, también cuando caes y te cuesta levantarte y retomar el camino; Él, el Señor, está ahí, contigo. Es más, a menudo en los momentos en los que eres más débil puedes sentir más fuerte su presencia. ¡Él conoce el camino, Él está contigo, Él es tu Padre! ¡Él es mi Padre! ¡Él es nuestro Padre!

Nos quedamos en esta imagen, porque anunciar a Dios cercano es invitar a imaginarse como un niño, que camina de la mano del padre: todo le parece diferente. El mundo, grande y misterioso, se vuelve familiar y seguro, porque el niño sabe que está protegido. No tiene miedo y aprende a abrirse: encuentra otras personas, encuentra nuevos amigos, aprende con alegría cosas que no sabía y después vuelve a casa y cuenta a todos lo que ha visto, mientras crece en él el deseo de hacerse mayor y hacer las cosas que ha visto hacer al padre. Es por esto que Jesús parte de aquí, porque la cercanía de Dios es el primer anuncio: estando cerca de Dios vencemos el miedo, nos abrimos al amor, crecemos en el bien y sentimos la necesidad y la alegría de anunciar.

Si queremos ser buenos apóstoles, debemos ser como los niños: sentarnos “en las rodillas de Dios” y desde ahí mirar el mundo con confianza y amor, para testimoniar que Dios es Padre, que Él solo transforma nuestros corazones y nos da esa alegría y esa paz que nosotros mismos no podemos alcanzar.

Anunciar que Dios está cerca. ¿Pero cómo hacerlo? En el Evangelio Jesús aconseja no decir muchas palabras, sino realizar muchos gestos de amor y de esperanza en el nombre del Señor; no decir muchas palabras, sino realizar gestos: «Curad enfermos – dice - resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis: dadlo gratis» (Mt 10,8). Este es el corazón del anuncio: el testimonio gratuito, el servicio. Os digo una cosa: a mí  me dejan siempre perplejos los “parlanchines”, con su mucho hablar y no hacer nada.

Llegados a este punto, hagámonos algunas preguntas: nosotros, que creemos en el Dios cercano, ¿confiamos en Él? ¿Sabemos mirar adelante con confianza, como un niño que sabe que es llevado en brazos del padre? ¿Sabemos sentarnos en las rodillas del Padre con la oración, con la escucha de la Palabra, acercándonos a los Sacramentos? Y, finalmente, cerca de Él, ¿sabemos infundir valentía a los otros, hacernos cercanos a quien sufre y está solo, a quién está lejos y también a quien nos es hostil? Esta es la concreción de la fe, esto es lo que cuenta.

Y ahora rezamos a María, que nos ayude a sentirnos amados y a transmitirnos cercanía y confianza.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

el próximo martes, 20 de junio, se celebra el Día Mundial del Refugiado, promovido por las Naciones Unidas: con gran tristeza y mucho dolor pienso en las víctimas del gravísimo naufragio que tuvo lugar los días pasados cerca de la costa de Grecia. Y parece que el mar estaba calmado. Renuevo mi oración por los que han perdido la vida e imploro que siempre se haga todo lo posible para prevenir tragedias similares.

Y rezo también por los jóvenes estudiantes, víctimas del brutal ataque contra una escuela en el oeste de Uganda. Esta lucha, esta guerra por todos lados… ¡rezamos por la paz!

Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos procedentes de Italia y de muchos otros países, en particular a los fieles de Florida y de Múnich. Saludo a las Escuelas “San Juan Pablo II” de Opole (Polonia) y “San Felipe Neri” de Londres.

Saludo además a los grupos de Zogno, Guardiagrele y Poggiomarino, como también la Escuela “Rosario Scardigno” de Molfetta. Y saludo también a las hermanas de María Niña que están viendo el Ángelus.

Perseveremos en la oración por la población de la martirizada Ucrania - ¡no la olvidemos! – que sufre tanto.

Os deseo a todos un feliz domingo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡feliz domingo!

En el Evangelio de hoy, Jesús repite tres veces a sus discípulos: «No tengan miedo» (Mt 10,26.28.31). Poco antes, les habló de las persecuciones que tendrán que soportar por causa del Evangelio, una realidad que sigue siendo actual: la Iglesia, de hecho, desde el principio ha conocido, junto con sus alegrías, y tenía tantas, muchas persecuciones. Parece paradójico: el anuncio del Reino de Dios es un mensaje de paz y de justicia, fundado en la caridad fraterna y en el perdón y, sin embargo, encuentra oposición, violencia y persecución. Jesús, no obstante, nos dice que no temamos: no porque todo irá bien en el mundo, no, sino porque para el Padre somos preciosos y nada de lo que es bueno se perderá. Por eso nos dice que no dejemos que el miedo nos detenga, sino que temamos otra cosa, una sola cosa. ¿Cuál es la cosa que Jesús nos dice que debemos temer?

Lo descubrimos a través de una imagen que Jesús utiliza hoy: la imagen de la "Gehenna" (cf. v. 28). El valle de " Gehenna" era un lugar que los habitantes de Jerusalén conocían bien: era el gran vertedero de basura de la ciudad. Jesús habla de él para decir que el verdadero miedo que hay que tener es el de desechar la propia vida. Y dice Jesús: “Sí, tengan miedo de esto”. Como si dijera: no hay que tener tanto miedo a sufrir incomprensiones y críticas, a perder prestigio y ventajas económicas por permanecer fieles al Evangelio, sino a desperdiciar la existencia buscando cosas de poco valor, que no colman el sentido de la vida.

Y esto es importante para nosotros. De hecho, incluso hoy uno puede ser objeto de burlas o de discriminación si no sigue ciertos modelos de moda, que, sin embargo, a menudo ponen en el centro realidades de segunda categoría: por ejemplo, seguir las cosas en lugar de personas, rendimientos en lugar de relaciones. Veamos algunos ejemplos. Pienso en los padres, que necesitan trabajar para mantener a su familia, pero no pueden vivir solo para el trabajo, sino que necesitan tiempo para estar con sus hijos. Pienso también en un sacerdote o en una religiosa, que deben comprometerse en su servicio, pero sin olvidarse de dedicar tiempo a estar con Jesús, de lo contrario caen en la mundanidad espiritual y pierden el sentido de lo que son. Aún más, pienso en un joven o una joven, que tienen mil compromisos y pasiones: los estudios, el deporte, intereses varios, el teléfono móvil y las redes sociales, pero necesitan encontrarse con personas y realizar grandes sueños, sin perder el tiempo en cosas que pasan y no dejan huella.

Todo esto, hermanos y hermanas, conlleva cierta renuncia frente a los ídolos de la eficacia y el consumismo, pero es necesario para no perderse en las cosas, que luego se tiran, como se hacía entonces en la “Gehenna”. Y en las “Gehennas” de hoy, en cambio, suele terminar la gente: pensemos en los últimos, a menudo tratados como material de descarte y como objetos no deseados. Permanecer fiel a lo que importa es costoso; cuesta ir contracorriente, cuesta liberarse de los condicionamientos del pensamiento común, cuesta ser apartado por los que “siguen la moda”. Pero no importa, dice Jesús: lo que cuenta es no desperdiciar el mayor bien, la vida. Solo esto debe asustarnos.

Preguntémonos entonces: Yo, ¿de qué tengo miedo? ¿De no tener lo que me gusta? ¿De no alcanzar las metas que la sociedad impone? ¿Del juicio de los demás? ¿O más bien, de no agradar al Señor y de no poner en primer lugar su Evangelio? Que María, siempre Virgen, Madre Sabia, nos ayude a ser sabios y valientes en las decisiones que tomamos.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Me ha entristecido mucho lo ocurrido hace unos días en el Centro Penitenciario Femenino de Támara, en Honduras. Una terrible violencia entre bandas rivales sembró la muerte y el sufrimiento. Rezo por las fallecidas, rezo por sus familias. Que la Virgen de Suyapa, Madre de Honduras, ayude a los corazones a abrirse a la reconciliación y a dar espacio a la convivencia fraterna, incluso dentro de las cárceles.

En estos días se cumple el 40 aniversario de la desaparición de Emanuela Orlandi. Quiero aprovechar esta ocasión para expresar, una vez más, mi cercanía a los familiares, especialmente a la madre, y asegurarles mis oraciones. Hago extensivo mi recuerdo a todas las familias que soportan el dolor de un ser querido que ha desaparecido.

Saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos de Italia y de diversos países, especialmente a los fieles de Bogotá, Colombia.

Saludo a la Fraternidad de la Orden Franciscana Seglar de Pisa; a los jóvenes de Gubbio, Perugia y Spoleto; al grupo de Limbadi que celebra al joven Leo; a los participantes en la peregrinación motorizada de Cesena y Longiano; y a los voluntarios de Radio María Italia, que con una gran pancarta nos invitan a ponernos "todos bajo el manto" de la Virgen Madre María, para implorar a Dios el don de la paz. Y esto lo pedimos especialmente por el martirizado pueblo ucraniano.

Deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, en el Evangelio Jesús dice a Simón, uno de los Doce: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). Pedro es un nombre que tiene varios significados: puede significar roca, piedra o simplemente piedrita. Y, en efecto, si nos fijamos en la vida de Pedro, encontramos un poco de estos tres aspectos de su nombre.

Pedro es una roca: en muchos momentos se muestra fuerte y firme, auténtico y generoso. Lo deja todo para seguir a Jesús (cf. Lc 5,11), lo reconoce como Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16), se sumerge en el mar para ir rápidamente al encuentro del Resucitado (cf. Jn 21,7). Luego, con franqueza y valentía, proclama a Jesús en el Templo, antes y después de ser arrestado y azotado (cf. Hch 3,12-26; 5,25-42). La tradición nos habla también de su firmeza ante el martirio, que tuvo lugar aquí (cf. CLEMENTE ROMANO, Carta a los Corintios, V,4).

Pero Pedro es también una piedra: es una roca y también una piedra, apta para ofrecer apoyo a los demás: una piedra que, cimentada en Cristo, sirve de apoyo a los hermanos para la edificación de la Iglesia (cf. 1 Pe 2,4-8; Ef 2,19-22). También esto lo encontramos en su vida: responde a la llamada de Jesús junto con Andrés, su hermano, Santiago y Juan (cf. Mt 4,18-22); confirma la voluntad de los Apóstoles de seguir al Señor (cf. Jn 6,68); se preocupa por los que sufren (cf. Hch 3,6); promueve y anima el anuncio común del Evangelio (cf. Hch 15,7-11). Es una "piedra", es un punto de referencia fiable para toda la comunidad.

Pedro es roca, es piedra y también una piedrita: a menudo emerge su pequeñez. A veces no comprende lo que hace Jesús (cf. Mc 8,32-33; Jn 13,6-9); ante su arresto, se deja vencer por el miedo y lo niega, luego se arrepiente y llora amargamente (cf. Lc 22,54-62), pero no encuentra el valor de permanecer bajo la cruz. Se esconde con los demás en el cenáculo, por miedo a ser apresado (cf. Jn 20,19). En Antioquía se avergüenza de estar con los paganos convertidos -y Pablo le pide coherencia al respecto (cf. Ga 2,11-14)-; por último, según la tradición del Quo vadis, intenta huir ante el martirio, pero se encuentra con Jesús en el camino y encuentra el valor para volver atrás.

En Pedro está todo esto: la fuerza de la roca, la fiabilidad de la piedra y la pequeñez de una simple piedrita. No es un superhombre: es un hombre como nosotros, como uno de nosotros, que dice "sí" a Jesús con generosidad en su imperfección. Pero también en él -como en Pablo y en todos los santos- aparece que es Dios quien nos hace fuertes con su gracia, nos une con su caridad y nos perdona con su misericordia. Y es con esta humanidad verdadera con la que el Espíritu forma la Iglesia. Pedro y Pablo eran personas reales, y nosotros, hoy más que nunca, necesitamos personas reales.

Ahora, miremos en nuestro interior y hagámonos algunas preguntas partiendo de la roca, de la piedra y de la piedrita. A partir de la roca: ¿hay en nosotros ardor, celo, pasión por el Señor y por el Evangelio, o es algo que se desmorona fácilmente? Y luego, ¿somos piedras, no piedras de tropiezo, sino piedras de construcción para la Iglesia? ¿Trabajamos por la unidad, nos interesamos por los demás, especialmente por los más débiles? Por último, pensando en la piedrita: ¿somos conscientes de nuestra pequeñez? Y sobre todo: en nuestras debilidades, ¿nos confiamos al Señor, que realiza grandes cosas con los que son humildes y sinceros?

María, Reina de los Apóstoles, ayúdanos a imitar la fortaleza, generosidad y humildad de los santos Pedro y Pablo.

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Palabras después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

Dirijo un cordial saludo y una felicitación especial al pueblo de Roma, en la fiesta de los santos patronos Pedro y Pablo. Quiero dar las gracias a la Pro Loco de Roma, que para la ocasión ha organizado la histórica exhibición floral, creada por los Maestros floristeros de varias Pro Loco de Italia y que ya va por su décima edición: la estoy viendo desde aquí... Se han colocado hermosas alfombras florales inspiradas en la paz y esto nos dice que no nos cansemos de rezar por la paz, especialmente por el pueblo ucraniano, que está cada día en mi corazón.

Renuevo mis saludos a la Delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, que ha participado en la celebración de hoy, y envío un abrazo a mi querido Hermano, Su Santidad Bartolomé.

Los saludo a todos, comenzando por los fieles que han venido a festejar a los arzobispos metropolitanos, para quienes he bendecido esta mañana los palios; y también a los grupos de Brasil, Croacia, México, Nicaragua, Polonia, Estados Unidos de América y de diversos lugares de Italia.

Les deseo a toda una buena fiesta y, por favor, no olviden rezar por mí. ¡Buen provecho y hasta luego!

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, en el Evangelio Jesús dice a Simón, uno de los Doce: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). Pedro es un nombre que tiene varios significados: puede significar roca, piedra o simplemente piedrita. Y, en efecto, si nos fijamos en la vida de Pedro, encontramos un poco de estos tres aspectos de su nombre.

Pedro es una roca: en muchos momentos se muestra fuerte y firme, auténtico y generoso. Lo deja todo para seguir a Jesús (cf. Lc 5,11), lo reconoce como Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16), se sumerge en el mar para ir rápidamente al encuentro del Resucitado (cf. Jn 21,7). Luego, con franqueza y valentía, proclama a Jesús en el Templo, antes y después de ser arrestado y azotado (cf. Hch 3,12-26; 5,25-42). La tradición nos habla también de su firmeza ante el martirio, que tuvo lugar aquí (cf. CLEMENTE ROMANO, Carta a los Corintios, V,4).

Pero Pedro es también una piedra: es una roca y también una piedra, apta para ofrecer apoyo a los demás: una piedra que, cimentada en Cristo, sirve de apoyo a los hermanos para la edificación de la Iglesia (cf. 1 Pe 2,4-8; Ef 2,19-22). También esto lo encontramos en su vida: responde a la llamada de Jesús junto con Andrés, su hermano, Santiago y Juan (cf. Mt 4,18-22); confirma la voluntad de los Apóstoles de seguir al Señor (cf. Jn 6,68); se preocupa por los que sufren (cf. Hch 3,6); promueve y anima el anuncio común del Evangelio (cf. Hch 15,7-11). Es una "piedra", es un punto de referencia fiable para toda la comunidad.

Pedro es roca, es piedra y también una piedrita: a menudo emerge su pequeñez. A veces no comprende lo que hace Jesús (cf. Mc 8,32-33; Jn 13,6-9); ante su arresto, se deja vencer por el miedo y lo niega, luego se arrepiente y llora amargamente (cf. Lc 22,54-62), pero no encuentra el valor de permanecer bajo la cruz. Se esconde con los demás en el cenáculo, por miedo a ser apresado (cf. Jn 20,19). En Antioquía se avergüenza de estar con los paganos convertidos -y Pablo le pide coherencia al respecto (cf. Ga 2,11-14)-; por último, según la tradición del Quo vadis, intenta huir ante el martirio, pero se encuentra con Jesús en el camino y encuentra el valor para volver atrás.

En Pedro está todo esto: la fuerza de la roca, la fiabilidad de la piedra y la pequeñez de una simple piedrita. No es un superhombre: es un hombre como nosotros, como uno de nosotros, que dice "sí" a Jesús con generosidad en su imperfección. Pero también en él -como en Pablo y en todos los santos- aparece que es Dios quien nos hace fuertes con su gracia, nos une con su caridad y nos perdona con su misericordia. Y es con esta humanidad verdadera con la que el Espíritu forma la Iglesia. Pedro y Pablo eran personas reales, y nosotros, hoy más que nunca, necesitamos personas reales.

Ahora, miremos en nuestro interior y hagámonos algunas preguntas partiendo de la roca, de la piedra y de la piedrita. A partir de la roca: ¿hay en nosotros ardor, celo, pasión por el Señor y por el Evangelio, o es algo que se desmorona fácilmente? Y luego, ¿somos piedras, no piedras de tropiezo, sino piedras de construcción para la Iglesia? ¿Trabajamos por la unidad, nos interesamos por los demás, especialmente por los más débiles? Por último, pensando en la piedrita: ¿somos conscientes de nuestra pequeñez? Y sobre todo: en nuestras debilidades, ¿nos confiamos al Señor, que realiza grandes cosas con los que son humildes y sinceros?

María, Reina de los Apóstoles, ayúdanos a imitar la fortaleza, generosidad y humildad de los santos Pedro y Pablo.

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Palabras después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

Dirijo un cordial saludo y una felicitación especial al pueblo de Roma, en la fiesta de los santos patronos Pedro y Pablo. Quiero dar las gracias a la Pro Loco de Roma, que para la ocasión ha organizado la histórica exhibición floral, creada por los Maestros floristeros de varias Pro Loco de Italia y que ya va por su décima edición: la estoy viendo desde aquí... Se han colocado hermosas alfombras florales inspiradas en la paz y esto nos dice que no nos cansemos de rezar por la paz, especialmente por el pueblo ucraniano, que está cada día en mi corazón.

Renuevo mis saludos a la Delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, que ha participado en la celebración de hoy, y envío un abrazo a mi querido Hermano, Su Santidad Bartolomé.

Los saludo a todos, comenzando por los fieles que han venido a festejar a los arzobispos metropolitanos, para quienes he bendecido esta mañana los palios; y también a los grupos de Brasil, Croacia, México, Nicaragua, Polonia, Estados Unidos de América y de diversos lugares de Italia.

Les deseo a toda una buena fiesta y, por favor, no olviden rezar por mí. ¡Buen provecho y hasta luego!

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de hoy Jesús dice: «El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta» (Mt 10,41). Tres veces la palabra “profeta”. Pero, ¿quién es el profeta? Hay quien lo imagina como una especie de mago que predice el futuro; pero esta es una idea supersticiosa y el cristiano no cree en las supersticiones, como la magia, las cartas, los horóscopos o cosas similares. Entre paréntesis: muchos, muchos cristianos van a que les lean las manos… ¡Por favor! Otros pintan al profeta solo como un personaje del pasado, que existió antes de Cristo para preanunciar su llegada. Y Jesús mismo hoy habla de la necesidad de acoger a los profetas; por lo tanto, existen todavía, pero, ¿quiénes son? ¿Quién es el profeta?

Profeta, hermanos y hermanas, es cada uno de nosotros: de hecho, con el Bautismo todos recibimos el don y la misión de la profecía (cf. Catequismo de la Iglesia Católica 1268). Profeta es aquel que, en virtud del Bautismo, ayuda a los demás a leer el presente bajo la acción del Espíritu Santo. Esto es muy importante: leer el presente no como una crónica, sino bajo la acción del Espíritu Santo, que nos ayuda a comprender los proyectos de Dios y a corresponderlos. En otras palabras, el profeta es aquel que muestra Jesús a los demás, que da testimonio de Él, que nos ayuda a vivir el hoy y a construir el mañana según sus planes. Por lo tanto, todos somos profetas, testigos de Jesús «para que la virtud del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social» (Lumen Gentium, 35). El profeta es un signo vivo que muestra Dios a los demás, el profeta es un reflejo de la luz de Cristo en el camino de los hermanos. Y entonces, podemos preguntarnos: Yo, que fui “elegido profeta” en el Bautismo, ¿hablo y, sobre todo, vivo como testigo de Jesús? ¿Llevo un poco de su luz a la vida de alguien? ¿Yo me interrogo sobre esto? ¿Me pregunto cómo va mi testimonio, como va mi profecía?

El Señor en el Evangelio pide acoger a los profetas; por lo tanto, es importante que nos acojamos unos a otros como tales, como portadores de un mensaje de Dios, cada uno según su estado y su vocación y hacerlo allí donde vivimos, es decir, en la familia, en la parroquia, en las comunidades religiosas, en los demás ámbitos de la Iglesia y de la sociedad. El Espíritu ha distribuido dones de profecía en el santo Pueblo de Dios: he aquí por qué está bien escuchar a todos. Por ejemplo, cuando hay que tomar una decisión importante, viene bien sobre todo rezar, invocar al Espíritu, pero después escuchar y dialogar, con la confianza de que cada uno, incluso el más pequeño, tiene algo importante que decir, un don profético que compartir. Así se busca la verdad y se difunde un clima de escucha de Dios y de los hermanos, en el que las personas no se sienten acogidas solo si dicen lo que me gusta, sino que se sienten aceptadas y valoradas como dones por lo que son.

¡Pensemos en cuántos conflictos se podrían evitar y resolver así, poniéndose en escucha de los demás con el sincero deseo de comprenderse! Preguntémonos entonces: ¿Yo sé acoger a los hermanos y a las hermanas como dones proféticos? ¿Creo que los necesito? ¿Los escucho con respeto, con el deseo de aprender? Porque cada uno de nosotros necesita aprender de los demás, cada uno de nosotros necesita aprender de los demás.

Que María, Reina de los Profetas, nos ayude a ver y a acoger el bien que el Espíritu ha sembrado en los demás.

_________________

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

En este periodo estival no nos cansemos de rezar por la paz, de manera especial por el pueblo ucraniano, tan probado. Y no descuidemos las demás guerras, desafortunadamente a menudo olvidadas y los numerosos conflictos y desencuentros que llenan de sangre muchos lugares de la Tierra; hay tantas guerras hoy… Interesémonos por lo que sucede, ayudemos a quien sufre y recemos, porque la oración es la fuerza mansa que protege y sostiene el mundo.

Os saludo a todos vosotros, romanos y fieles procedentes de varios países y localidades italianas; en particular, a las Hermanas de San José Bendito Cottolengo, a los jóvenes de la confirmación de Ibiza y Formentera, a los muchachos de la Unidad pastoral de Tremignon y Vaccarino, en el vicentino. Saludo también al “Grupo San Mauro” de Cavarzere y a la escuela infantil “Virgen del Olmo” de Verdellino. Y saludo a los muchachos de la Inmaculada.

Os deseo a todos un feliz domingo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

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El pasado 20 de junio tuvo lugar la llegada de la Santísima Virgen del Carmen, a la Parroquia Castrense de San Francisco, con motivo de la peregrinación que la Hermandad del Carmen  está  realizando a los templos de la ciudad por la conmemoración de su 325 aniversario fundacional.

1ª lectura: No va a heredar el hijo de esa criada con mi hijo Isaac.

Lectura del libro del Génesis 21, 5. 8-20

Abrahán tenía cien años cuando le nació su hijo Isaac.

El chico creció, y lo destetaron. Abrahán dio un gran banquete el día que destetaron a Isaac Al ver
que el hijo de Agar, la egipcia, y de Abrahán jugaba con Isaac, Sara dijo a Abrahán:

«Expulsa a esa criada y a su hijo, pues no va a heredar el hijo de esa criada con mi hijo Isaac».

Abrahán se llevó un disgusto., pues era hijo suyo. Pero Dios dijo a Abrahán:

«No te aflijas por el muchacho y la criada; haz todo lo que te dice Sara, porque será Isaac quien
continúe tu descendencia. Pero también al hijo de la criada le convertiré en un gran pueblo, pues es
descendiente tuyo».

Abrahán madrugó, tomó pan y un odre de agua, lo cargó a hombros de Agar y la despidió con
el muchacho. Ella marchó y fue vagando por el desierto de Berseba. Cuando se le acabó el agua del
odre, colocó al niño debajo de unas matas; se apartó y se sentó a solas, a la distancia de un tiro de
arco, diciendo:

«No puedo ver morir a mi hijo».

Se sentó aparte y, alzando la voz, rompió a llorar. Dios oyó la voz del niño, y el ángel de Dios
llamó a Agar desde el cielo, le dijo:

«¿Qué te pasa, Agar? No temas, que Dios ha oído la voz del chico, allí donde está. Levántate,
toma al niño y agárrale fuerte de la mano, porque haré que sea un pueblo grande».

Dios le abrió los ojos, y vio un pozo de agua; ella fue, llenó el odre de agua y dio de beber al
muchacho.

Dios estaba con el muchacho, que creció, habitó en el desierto y se hizo un experto arquero.

Salmo: Sal 33, 7-8. 10-11. 12-13

R. El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó.

El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.
El ángel del Señor acampa en torno
a quienes lo temen y los protege. R.

Todos sus santos, temed al Señor,
porque nada les falta a los que le temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada. R.

Venid, hijos, escuchadme:
os instruiré en el temor del Señor.
¿Hay alguien que ame la vida
y desee días de prosperidad? R.

Aleluya Sant 1, 18

R. Aleluya, aleluya, aleluya.

Por propia iniciativa el Pare nos engendró
con la palabra de la verdad
para que seamos como una primicia de sus criaturas. R.

 

Evangelio: ¿Has venido aquí a atormentar a los demonios antes de tiempo?

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 8, 28-34

En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos.

Desde el sepulcro dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía
a transitar por aquel camino.

Y le dijeron a gritos:

«¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?».

A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron:

«Si nos echas, mándanos a la piara».
Jesús les dijo:

«Id».

Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y se
murieron en las aguas.

Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados.

Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su
país.

1ª lectura: El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego.

Lectura del libro del Génesis 19, 15-29

En aquellos días, los ángeles urgieron a Lot:

«Levántate, toma a tu mujer y a tus dos hijas que están aquí, no vayan a perecer por culpa de
Sodoma».

Y, como no se decidía, los hombres los tomaron de la mano a él, a su mujer y a sus dos hijas, por
la misericordia del Señor hacía el, y lo sacaron, poniéndolo fuera de la ciudad y diciéndole:

«Ponte a salvo; por tu vida, no mires atrás ni te detengas en la vega; ponte a salvo en los montes,
para no perecer».

Lot les respondió:

«No, Señor mío. Aunque tu siervo ha alcanzado tu favor, pues me has tratado con gran misericordia,
salvándome la vida, yo no puedo ponerme a salvo en los montes; la desgracia me alcanzará y moriré.

Mira, cerca de aquí hay una ciudad pequeña, donde puedo refugiarme. ¡Permíteme escapar allá! ¿No
es acaso muy pequeña? Así yo salvaré la vida». Le contestó:

«Accedo a lo que pides, no arrasaré la ciudad que dices. Aprisa, ponte a salvo allí, pues no puedo
hacer nada hasta que llegues allá».

Por eso la ciudad se llama Soar.
Salía el sol sobre la tierra cuando Lot llegó a Soar.

El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego desde el cielo. Arrasó aquellas ciudades
y toda la vega; los habitantes de las ciudades y la vegetación del suelo.

La mujer de Lot miró atrás y se convirtió en estatua de sal.

Abrahán madrugó y se dirigió al sitio donde había estado con el Señor. Miró en dirección de
Sodoma y Gomorra, toda la extensión de la vega, y vio humo que subía del suelo, como humo de
horno.

Cuando Dios destruyó las ciudades de la vega, se acordó de Abrahán y sacó a Lot de la catástrofe,
al arrasar las ciudades donde había vivido Lot.

Salmo: Sal 25, 2-3. 9-10. 11-12

R. Tengo ante los ojos tu bondad, Señor.

Escrútame, Señor, ponme a prueba,
sondea mis entrañas y mi corazón,
porque tengo ante los ojos tu bondad,
y camino en tu verdad. R.

No arrebates mi alma con los pecadores,
ni mi vida con los sanguinarios,
que en su izquierda llevan infamias,
y su derecha está llena de sobornos. R.

Yo, en cambio, camino en la integridad;
sálvame, ten misericordia de mí.
Mi pie se mantiene en el camino llano;
en la asamblea bendeciré al Señor. R.

Aleluya Cf. Sal 129, 5

R. Aleluya, aleluya, aleluya.

Espero en el Señor,
Espero en su palabra. R.

 

Evangelio: Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 8, 23-27

En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron.

En esto se produjo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.

Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole:

«¡Señor, sálvanos, que perecemos!».

Él les dice:

«¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?».

Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma. Los hombres se decían
asombrados:

«¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?».

 

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