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1ª lectura: Llevaron el Arca de Dios y la colocaron en el centro de la tienda que David le había preparado.

Lectura del primer libro de las Crónicas 15, 3-4. 15-16; 16, 1-2

En aquellos días, David congregó en Jerusalén a todo Israel, para subir el Arca del Señor al lugar que le
había preparado. Reunió también a los hijos de Aarón y a los levitas.

Luego los levitas levantaron el Arca de Dios tal como había mandado Moisés por orden del Señor: apoyando
los varales sobre sus hombros.

David mandó a los jefes de los levitas emplazar a los cantores de sus familias con instrumentos musicales
- arpas, cítaras y platillos - para que los hiciesen resonar, alzando la voz con júbilo.

Llevaron el Arca de Dios y la colocaron en el centro de la tienda que David le había preparado. Ofrecieron
holocaustos y sacrificios de comunión de Dios. Cuando David acabó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en
nombre del Señor.

Salmo: Sal 26, 1. 3. 4. 5

R. El Señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado.

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R.

Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo. R.

Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. R.

Él me protegerá en su tienda el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca. R.

Aleluya Sal 39, 3d. 4a

R. Aleluya, aleluya, aleluya.

Afianzó mis pies sobre roca
me puso en la boca un cántico nuevo. R.

Evangelio: Bienaventurado el vientre que te llevó.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 11, 27-28
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío levantando la voz, le
dijo:

«Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él dijo:

«Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».

1ª lectura: Tú te compadeces del ricino, ¿y no me he de compadecer yo de Nínive, la gran ciudad?

Lectura de la profecía de Jonás 4, 1-11

Jonás se disgustó y se indignó profundamente. Y rezó al Señor en estos términos:

«¿No lo decía yo, Señor, cuando estaba en mi tierra? Por eso intenté escapar a Tarsis, pues bien sé que
eres un Dios bondadoso, compasivo, paciente y misericordioso, que te arrepientes del mal. Así que, Señor,
toma mi vida, pues vale más morir que vivir». Dios le contesto:

«¿Por qué tienes ese disgusto tan grande?».

Salió Jonás de la ciudad, y se instaló al oriente. Armó una choza y se quedó allí, a la sombra, hasta ver
qué pasaba con la ciudad.

Dios hizo que una planta de ricino surgiera por encima de Jonás, para darle sombra a su cabeza y librarlo
de su disgusto. Jonás se alegró y se animó mucho con el ricino. Pero Dios hizo que, al día siguiente, al
rayar el alba, un gusano, atacase al ricino, que se secó.

Cuando salió el sol, hizo Dios que soplase un recio viento solano; el sol pegaba en la cabeza de Jonás,
que desfallecía y se deseaba la muerte:

«Más vale morir que vivir», decía. Dios dijo entonces a Jonás:

«¿Por qué tienes ese disgusto tan grande por lo del ricino?». Él contestó:

«Lo tengo con toda razón. Y es un disgusto de muerte». Dios repuso:

«Tú te compadeces del ricino, que ni cuidaste ni ayudaste a crecer, que una noche surgió y en otra
desapareció, ¿y no me he de compadecer yo de Nínive, la gran ciudad, donde hay más de ciento veinte
mil personas, que no distinguen la derecha de la izquierda, y muchísimos animales?».

Salmo: Sal 85, 3-4. 5-6. 9-10

R. Tú, Señor, eres lento a la cólera y rico en piedad.

Piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti, Señor. R.

Porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica. R.

Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor;
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios». R.

Aleluya Rom 8, 15bc

R. Aleluya, aleluya, aleluya.

Habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción,
en el que clamamos: «¡Abba, Padre!». R.

Evangelio: Señor, enséñanos a orar.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 11, 1-4

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:

«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo:

«Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan
cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y
no nos dejes caer en la tentación”».

El pasado sábado, 07 de octubre de 2023, el Regular Víctor Pino Cobacho, acompañado de su padrino, el Cbo Regular Santiago Valenzuela Badilla, del Capellán D. José Manuel Moreno Domínguez y de la comunidad cristiana de habla hispana que realiza la misión en Zona de Operaciones en Bagdad-Irak, fue agregado al número de los catecúmenos adultos que desean hacerse cristianos, durante la Misa dominical que se celebró dicho día.

Conferencia Internacional preparatoria EIMP

Recientemente la delegación Española para el Encuentro Internacional de Militares por La Paz ha participado activamente,  en la Conferencia Internacional Preparatoria (CIP) para el 64 EIMP en Cervaux, Luxemburgo del 03 al 07 de octubre de 2023. 

Entre los participantes se encontraban las delegaciones de: Reino Unido, Luxemburgo, Alemania, Austria, Bélgica, Croacia, Estados Unidos, Francia, Hungría, Irlanda, Italia, Países Bajos, Polonia, Portugal, Suiza, Costa de Marfil, Hospitalidad Nuestra Señora de los Ejércitos de Francia y el Responsable de la pastoral Internacional del Santuario de Lourdes. 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio nos presenta hoy una parábola dramática con un final triste (cfr. Mt 21,33-43). El dueño de un terreno planta una viña y la cuida bien; luego, como tiene que irse al extranjero, la arrienda a unos viñadores. Cuando llega el momento de la vendimia, envía a sus siervos para recibir los frutos. Pero los viñadores los maltratan y los matan; entonces, el dueño manda a su hijo, y ellos lo matan también. ¿Por qué? ¿Qué ha salido mal? Esta parábola encierra un mensaje de Jesús.

El propietario hizo todo bien, con amor: trabajó con esfuerzo, plantó la viña, la rodeó con una cerca para protegerla, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia (cfr. v. 33). Luego confió la viña a unos viñadores, arrendándoles su preciado bien y tratándolos de manera justa, para que estuviese bien cultivada y diese fruto. Con estas premisas, la vendimia debería haber concluido felizmente, en un clima de fiesta, con una justa compartición de la cosecha para la satisfacción de todos.

Sin embargo, en la mente de los viñadores se insinúan pensamientos ingratos y ávidos. En la raíz de los conflictos siempre hay algo de ingratitud y pensamientos codiciosos, de poseer las cosas enseguida. “No tenemos necesidad de dar nada al dueño. El producto de nuestro trabajo es solamente nuestro. ¡No tenemos que rendir cuentas a nadie!”. Este es el razonamiento de estos trabajadores. Pero no es cierto: deberían estar agradecidos por todo lo que han recibido y por el modo en que han sido tratados. En cambio, la ingratitud alimenta la avidez, y crece en ellos un sentimiento progresivo de rebelión que los lleva a ver la realidad de manera distorsionada, a sentirse acreedores en vez de deudores del propietario que les había dado trabajo. Cuando ven a su hijo, llegan incluso a decir: «Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia» (v. 38). Y de viñadores se convierten en asesinos. Es todo un proceso, y este proceso sucede muchas veces en el corazón de la gente, también en nuestro corazón.

Con esta parábola, Jesús nos recuerda lo que sucede cuando el hombre se cree que se hace a sí mismo y olvida la gratitud, olvida la realidad fundamental de la vida: que el bien viene de la gracia de Dios, que el bien viene de su don gratuito. Cuando uno olvida esto, la gratuidad de Dios, termina por vivir la propia condición y el propio límite no ya con la alegría de sentirse amado y salvado, sino con la triste ilusión de no tener necesidad de amor ni de salvación. Uno ya no se deja querer, y se encuentra prisionero de su propia codicia, prisionero de la necesidad de tener más que los demás, de querer estar por encima de los demás. Este proceso es feo, y nos sucede muchas veces. Pensémoslo en serio. De ahí provienen muchas insatisfacciones y recriminaciones, tantas incomprensiones y tantas envidias; y, a causa del rencor, se puede caer en el torbellino de la violencia. Sí, queridos hermanos y hermanas, ¡la ingratitud genera violencia, nos roba la paz, nos hace hablar gritando, sin paz, mientras que un simple “gracias” puede restablecer la paz!

Preguntémonos entonces: ¿me doy cuenta de que he recibido la vida como un don? ¿Soy consciente de que yo mismo, yo misma, soy un don? ¿Creo que todo comienza por la gracia del Señor? ¿Comprendo que soy beneficiario de ella sin méritos, que he sido amado y salvado gratuitamente? Y, sobre todo, ¿sé decir “gracias” como respuesta a la gracia?  ¿Sé decir "gracias"? Estas tres palabras son el secreto de la convivencia humana: gracias, permiso, perdón. ¿Sé decir estas tres palabras? Gracias, permiso, perdón. ¿Sé decir estas palabras? "Gracias" es una palabra pequeña -es una palabra pequeña, "permiso"; "perdón" es una palabra pequeña para pedir disculpas- que esperan cada día Dios y los hermanos y hermanas. Preguntémonos si estas pequeñas palabras, 'gracias', 'permiso', 'perdón, lo siento', están presentes en nuestras vidas. ¿Sé decir "gracias"? ¿Sé pedir perdón, perdonar? ¿Sé no ser invasivo, pedir "permiso"? Gracias, perdón, permiso.

Que María, cuya alma proclama la grandeza del Señor, nos ayude a hacer de la gratitud la luz que surge todos los días del corazón.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

sigo con aprensión y dolor cuanto está sucediendo en Israel, donde la violencia ha estallado aún más ferozmente, provocando centenares de muertos y heridos. Expreso mi cercanía a las familias de las víctimas, rezo por ellas y por cuantos están viviendo horas de terror y angustia. ¡Que los ataques y las armas se detengan, por favor! ¡Comprendan que el terrorismo y la guerra no conducen a ninguna solución, sino sólo a la muerte y al sufrimiento de muchos inocentes! La guerra es una derrota: ¡toda guerra es una derrota! ¡Recemos por la paz en Israel y Palestina!

En este mes de octubre, dedicado, además de a las misiones, al rezo del Rosario, no nos cansemos de invocar, por intercesión de María, el don de la paz sobre los numerosos países del mundo marcados por guerras y conflictos; y sigamos acordándonos de la querida Ucrania, que sufre mucho cada día, tan martirizada.

Doy las gracias a todos los que siguen y, sobre todo, acompañan con la oración el Sínodo en curso, evento eclesial de escucha, compartición y comunión fraterna en el Espíritu. Invito a todos a confiar los trabajos al Espíritu Santo.

Os saludo a todos, romanos y peregrinos de Italia y de muchas partes del mundo, especialmente a los estudiantes y profesores del Centro de Formación Stimmatini de Verona, y a los jesuitas de distintos países que son huéspedes del Colegio San Roberto Belarmino de Roma. Hay muchos polacos: veo aquí muchas banderas polacas. Un saludo a todos vosotros y a los jóvenes de la Inmaculada.

Os deseo a todos un feliz domingo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta la vista!

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¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Hoy el Evangelio habla de dos hijos, a los que el padre pide que vayan a trabajar a la viña (cf. Mt 21,28-32). Uno de ellos responde inmediatamente "sí", pero luego no va; el otro dice "no", pero luego se arrepiente y va.

¿Qué se puede decir de ambos comportamientos?  Se puede inmediatamente pensar que ir a trabajar a la viña requiere sacrificio y santificarse; sacrificarse cuesta, no es espontáneo, aun con lo hermoso de saberse hijos y herederos. El problema no está aquí tan ligado a la resistencia a ir a trabajar en la viña, sino en la sinceridad o al menos frente al padre y frente a uno mismo. Si de hecho ninguno de los dos hijos se porta de manera impecable, uno miente, mientras que el otro se equivoca, pero permanece sincero.  

Miremos al hijo que dice “sí”, pero luego no va. Él no quiere hacer la voluntad del padre, pero tampoco quiere ponerse a discutir y hablar. Así se esconde detrás de un “sí”, detrás de un falso asenso, que esconde su pereza y por el momento le salva la cara. Es un hipócrita. Se escabulle sin conflictos, pero engaña y desilusiona a su padre, faltándole el respeto de peor forma de lo que habría hecho un franco “no”. El problema de un hombre que se comporta así es que no es solo un pecador, sino también un corrupto, porque miente sin problemas para cubrir y camuflar su desobediencia, sin aceptar algún dialogo, o enfrentamiento honesto.  

El otro hijo, aquel que dice “no” pero luego va, es en cambio sincero. No es perfecto pero sincero. Ciertamente, nos hubiera gustado verlo decir “sí” inmediatamente. Pero no es así, al menos, manifiesta de manera franca y en un cierto sentido valiente su reticencia. Se asume, por lo tanto, la responsabilidad de su comportamiento y actúa bajo la luz del sol. Luego, con esta honestidad de base, termina poniéndose en discusión, llegando a entender que se ha equivocado y regresando por sus pasos. Es, podremos decir, un pecador, pero no un corrupto. Escuchen esto: éste es un pecador, pero no es un corrupto. Y para el pecador hay siempre esperanza de redención; para el corrupto, en cambio, es mucho más difícil. De hecho, sus falsos “sí”, aparentemente elegantes pero hipócritas y sus ficciones convertidas en habito son como un grueso “muro di goma”, detrás del cual se resguarda de la voz de la conciencia. Y estos hipócritas hacen tanto daño. Hermanos y hermanas, pecadores sí, todos somos pecadores, ¡corruptos no! ¡Pecadores sí, corruptos no!

Mirémonos ahora a nosotros mismos y, a la luz de todo esto, hagámonos alguna pregunta. ¿Frente al cansancio de vivir una vida honesta y generosa, de comprometerme yo -cada uno dice, me comprometo- según la voluntad del Padre, estoy dispuesto a decir “sí” cada día, aunque cueste? Y cuando no lo consigo, soy sincero en el enfrentarme con Dios sobre mis dificultades, mis caídas, ¿mis fragilidades? Y cuando digo "no", ¿vuelvo atrás? Habla con el Señor sobre esto. ¿Cuándo me equivoco, estoy dispuesto a arrepentirme y a regresar sobre mis pasos? ¿O hago como si nada y vivo llevando una máscara, preocupándome solo en aparecer como bueno y correcto? En definitiva, soy un pecador, como todos, ¿o hay en mi algo de corrupto? No lo olviden: pecadores sí, corruptos no.

Que María, espejo de santidad, nos ayude a ser cristianos sinceros.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas

        Ayer, en Piacenza, fue proclamado beato el padre Giuseppe Beotti, asesinado por odio a la fe en 1944. Pastor según el corazón de Cristo, no dudó en ofrecer su vida para proteger el rebaño que se le había confiado. ¡Aplaudamos al nuevo beato!

He seguido estos días la dramática situación de los desplazados en Nagorno-Karabaj. Renuevo mi llamamiento al diálogo entre Azerbaiyán y Armenia, con la esperanza de que las conversaciones entre las partes, con el apoyo de la comunidad internacional, propicien un acuerdo duradero que ponga fin a la crisis humanitaria. Prometo mis oraciones por las víctimas de la explosión del depósito de combustible cerca de la ciudad de Stepanakert.

Hoy comienza el mes de octubre, el mes del Rosario y de las misiones. Exhorto a todos a experimentar la belleza de rezar el Rosario, contemplando con María los misterios de Cristo e invocando su intercesión por las necesidades de la Iglesia y del mundo. Recemos por la paz, en la martirizada Ucrania y en todas las tierras heridas por la guerra. Recemos por la evangelización de los pueblos. Y recemos también por el Sínodo de los Obispos, que este mes celebrará su primera Asamblea sobre el tema de la sinodalidad de la Iglesia.

Hoy celebramos a Santa Teresa del Niño Jesús, Santa Teresa, la santa de la confianza. El próximo 15 de octubre se publicará una Exhortación Apostólica sobre su mensaje. Oremos a Santa Teresita y a la Virgen. Que Santa Teresita nos ayude a confiar y a trabajar por las misiones.

Saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos de Italia y de muchos países. En particular, saludo al grupo del Santuario de la Virgen de la Revelación en las Tre Fontane de Roma, a los fieles de una parroquia de Catania, a los confirmandos de Porto Sant'Elpidio, a los scouts de Afragola y a las cofradías de Arqueros Históricos y de Caballeros de San Sebastián. Mis pensamientos y mi aliento se dirigen a la Asociación Nacional de Mujeres Operadas del Seno.

Hoy están aquí a mi lado, como pueden ver, cinco niños, que representan a los cinco continentes. Junto a ellos, quiero anunciarles que el 6 de noviembre por la tarde, en el Aula Pablo VI, tendré un encuentro con niños de todo el mundo. El evento, patrocinado por el Dicasterio para la Cultura y la Educación, tendrá como tema "Aprendamos de los niños y de las niñas". Es un encuentro para manifestar el sueño de todos: volver a tener sentimientos puros como los niños, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como niños. Los niños nos enseñan la claridad de las relaciones y la aceptación espontánea del extraño y el respeto de toda la creación. Queridos niños, los espero a todos para aprender yo también de ustedes.

Les deseo a todos un buen domingo. Y, por favor, no olviden rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia del día nos presenta una parábola sorprendente: el propietario de una viña sale desde las primeras horas del alba hasta la noche para llamar a algunos jornaleros, pero, al final, paga a todos del mismo modo, incluso a los que han trabajado solamente una hora (cf. Mt 20,1-16). Podría parecer una injusticia, pero no hay que leer la parábola a través de criterios salariales; más bien nos quiere mostrar los criterios de Dios, que no hace el cálculo de nuestros méritos, sino que nos ama como hijos.

Detengámonos sobre dos acciones divinas que emergen del relato. En primer lugar, Dios sale a todas las horas para llamarnos; en segundo lugar, paga a todos con la misma “moneda”.

Ante todo, Dios es Aquel que sale a todas las horas para llamarnos. La parábola dice que el propietario «al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña» (v. 1), pero después continúa saliendo a varias horas del día hasta el atardecer, para buscar a aquellos a los que nadie había incorporado al trabajo todavía. Comprendemos así que en la parábola los trabajadores no son solamente los hombres, sino Dios, que sale siempre, sin cansarse, todo el día. Así es Dios: no espera nuestros esfuerzos para venir a nosotros, no nos hace un examen para valorar nuestros méritos antes de buscarnos, no se rinde si tardamos en responderle; al contrario, Él a menudo ha tomado la iniciativa y en Jesús “ha salido” hacia nosotros, para manifestarnos su amor. Y nos busca a todas las horas del día que, como afirma San Gregorio Magno, representan las diversas fases y estaciones de nuestra vida hasta la vejez (cf. Homilías sobre el Evangelio,19). Para su corazón nunca es demasiado tarde, Él nos busca y nos espera siempre. No nos olvidemos de esto: El Señor nos busca y nos espera siempre, ¡siempre!

Precisamente porque tiene el corazón tan amplio, Dios – es la segunda acción – paga a todos con la misma “moneda”, que es su amor. He aquí el sentido último de la parábola: los jornaleros de la última hora son pagados como los primeros, porque, en realidad, la de Dios es una justicia superior. Va más allá. La justicia humana dicta “dar a cada uno lo suyo, según lo que merece”, mientras que la justicia de Dios no mide el amor en la balanza de nuestros rendimientos, de nuestras prestaciones y de nuestros fallos: Dios nos ama y basta, nos ama porque somos hijos, y lo hace con un amor incondicional, un amor gratuito.

Hermanos y hermanas, a veces corremos el riesgo de tener una relación “mercantil” con Dios, centrándonos más en nuestras propias bondades que en su generosidad y su gracia. A veces también como Iglesia, en vez de salir a cada hora del día y tender los brazos a todos, podemos sentirnos los primeros de la clase, juzgando a los demás lejanos, sin pensar que Dios los ama también a ellos con el mismo amor que tiene para nosotros.

Y también en nuestras relaciones, que son el tejido de la sociedad, la justicia que practicamos a veces no es capaz de salir de la jaula del cálculo y nos limitamos a dar según lo que recibimos, sin atrevernos a más, sin apostar por la eficacia del bien hecho gratuitamente y del amor ofrecido con amplitud de corazón. Hermanos, hermanas, preguntémonos: Yo cristiano, yo cristiana, ¿sé salir hacia los demás? ¿Soy generoso, soy generosa hacia todos, sé dar ese “más” de comprensión, de perdón, como Jesús hizo conmigo y hace todos los días conmigo?

Que la Virgen nos ayude a convertirnos a la medida de Dios, esa de un amor sin medida.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy se celebra el Día Internacional del Migrante y del Refugiado, sobre el tema «Libres de elegir si migrar o quedarse», para recordar que migrar debería ser una elección libre y nunca la única posible. El derecho a migrar, de hecho, hoy para muchos se ha convertido en una obligación, mientras que debería existir el derecho a no emigrar para permanecer en la propia tierra. Es necesario que a todo hombre y a toda mujer se le garantice la posibilidad de vivir una vida digna, en la sociedad en la que se encuentra. Desafortunadamente, miseria, guerras y crisis climáticas obligan a tantas personas a huir. Por eso, estamos todos llamados a crear comunidades preparadas y abiertas para acoger, promover, acompañar e integrar a quienes llaman a nuestras puertas.

Este desafío estuvo en el centro de los Rencontres Méditerranéennes, que se llevaron a cabo los días pasados en Marsella y en cuya sesión concluyente participé ayer, dirigiéndome a esa ciudad, cruce de caminos de pueblos y culturas.

Agradezco de manera especial a los obispos de la Conferencia Episcopal Italiana que hacen de todo para ayudar a nuestros hermanos y hermanas migrantes. Hace poco, hemos escuchado a mons. Baturi en televisión, en el programa “A Sua Immagine” que explicaba esto.

Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de tantos países, en particular al Seminario diocesano internacional Redemptoris Mater de Colonia, en Alemania. Como también saludo al grupo de personas afectadas por la enfermedad rara denominada “ataxia”, con sus familiares.

Renuevo la invitación a participar en la Vigilia ecuménica de oración, titulada “Together – Insieme” (juntos), que tendrá lugar el próximo sábado 30 de septiembre en la Plaza de San Pedro, en preparación de la Asamblea sinodal que iniciará el 4 de octubre.

Recordemos a la martirizada Ucrania y recemos por este pueblo que sufre tanto.

Os deseo a todos un feliz domingo. por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

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¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Hoy el Evangelio nos habla de perdón (cfr Mt 18,21-35). Pedro pregunta a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» (v. 21).

Siete, en la Biblia, es un número que indica plenitud, y por tanto Pedro es muy generoso en los presupuestos de su pregunta. Pero Jesús va más allá y le responde: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (v. 22). Es decir, le dice que cuando se perdona no se calcula, que está bien perdonar ¡todo y siempre! Precisamente como hace Dios con nosotros, y como está llamado a hacer quien administra el perdón de Dios: perdonar siempre. Yo esto lo digo mucho a los sacerdotes, a los confesores: perdonad siempre como perdona Dios.

Jesús ilustra después esta realidad a través de una parábola, que también tiene que ver con los números. Un rey, después de que le suplicara, perdona a un siervo la deuda de 10.000 talentos: es un valor exagerado, inmenso, que oscila entre las 200 y las 500 toneladas de plata: exagerado. Era una deuda imposible de saldar, incluso trabajando una vida entera: y sin embargo ese señor, que hace referencia a nuestro Padre, lo perdona por pura «compasión» (v. 27). Este es el corazón de Dios: perdona siempre porque Dios es compasivo. No olvidemos cómo es Dios: es cercano, compasivo y tierno; así es la forma de ser de Dios. Después, este siervo, al cual se le había perdonado la deuda, no tiene ninguna misericordia con un compañero que le debe 100 denarios. También esta es una cifra consistente, equivalente a cerca de tres meses de sueldo - ¡como diciendo que perdonarnos entre nosotros cuesta! -, pero para nada comparable con la cifra precedente, que el señor había perdonado.

El mensaje de Jesús es claro: Dios perdona de forma incalculable, excediendo cualquier medida. Él es así, actúa por amor y por gratuidad. Dios no se compra, Dios es gratuito, es todo gratuidad. Nosotros no podemos repagarlo pero, cuando perdonamos al hermano o a la hermana, lo imitamos. Perdonar no es por tanto una buena acción que se puede hacer o no hacer: perdonar es una condición fundamental para quien es cristiano. Cada uno de nosotros, de hecho, es un “perdonado” o una “perdonada”: no olvidemos esto, nosotros somos perdonados, Dios ha dado la vida por nosotros y de ninguna forma podremos compensar su misericordia, que Él no retira nunca del corazón. Pero, correspondiendo a su gratuidad, es decir perdonándonos unos a otros, podemos testimoniarlo, sembrando vida nueva en torno a nosotros. Fuera del perdón, de hecho, no hay esperanza; fuera del perdón no hay paz. El perdón es el oxígeno que purifica el aire contaminado por el odio, el perdón es el antídoto que cura los venenos del rencor, es el camino para calmar la rabia y sanar tantas enfermedades del corazón que contaminan la sociedad.

Preguntémonos, entonces: ¿yo creo que he recibido de Dios el don de un perdón inmenso? ¿Advierto la alegría de saber que Él siempre está preparado para perdonarme cuando caigo, también cuando los otros no lo hacen, también cuando ni siquiera yo logro perdonarme a mí mismo? Él perdona: ¿creo que Él perdona? Y ¿sé perdonar a su vez a quien me ha hecho daño? Al respecto, quisiera proponeros un pequeño ejercicio: intentemos, ahora, cada uno de nosotros, pensar en una persona que nos ha herido, y pidamos al Señor la fuerza para perdonarla. Y perdonémosla por amor del Señor: hermanos y hermanas esto nos hará bien, nos devolverá la paz en el corazón.

María, Madre de Misericordia, nos ayude a acoger la gracia de Dios y a perdonarnos los unos a los otros.

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Después del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!

El viernes iré a Marsella para participar en la conclusión de los Rencontres Méditerranéennes, una bonita iniciativa que se desarrolla en diferentes ciudades del Mediterráneo, reuniendo responsables eclesiales y civiles para promover caminos de paz, de colaboración y de integración en torno al mare nostrum, con una atención especial al fenómeno migratorio. Esto representa una desafío no fácil, como vemos también en las crónicas de estos días, pero que debe ser afrontado juntos, en cuanto que es esencial para el futuro de todos, que solo será próspero si se construye sobre la fraternidad, poniendo en el primer puesto la dignidad humana, las personas concretas, sobre todo las más necesitadas. Mientras os pido que acompañéis este viaje con la oración, quisiera dar las gracias a las autoridades civiles y religiosas, y a cuantos están trabajando para preparar el encuentro en Marsella, ciudad rica de pueblos, llamada a ser puerto de esperanza. Ya desde ahora saludo a todos los habitantes, esperando encontrar a muchos queridos hermanos y hermanas.

Y os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia  y de varios países, en particular los representantes de algunas parroquias en Miami, la Banda de Gaitas del Batallón de San Patricio, los fieles de Pieve del Cairo y de Castelnuovo Scrivia, las Hermanas Misioneras del Santísimo Redentor de la Iglesia greco-católica ucraniana. Y seguimos rezando por el martirizado pueblo ucraniano y por la paz en toda tierra ensangrentada por la guerra.

¡Y saludo a los chicos de la Inmaculada!

A todos os deseo un feliz domingo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

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1ª lectura: Los ninivitas habían abandonado el mal camino y se arrepintió Dios.

Lectura de la profecía de Jonás 3, 1-10

El Señor dirigió la palabra por segunda vez a Jonás. Le dijo así:

«Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive, allí les anunciarás el mensaje que yo te comunicaré».

Jonás se puso en marcha hacia Nínive, siguiendo la orden del Señor. Nínive era una ciudad inmensa;
hacían falta tres días para recorrerla. Jonás empezó a recorrer la ciudad el primer día, proclamando:

«Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada»

Los ninivitas creyeron en Dios; proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante
al menor.

La noticia llegó a oídos del rey de Nínive, que se levantó del trono, se despojó del manto real, se cubrió
con rudo sayal y se sentó sobre el polvo. Después ordenó proclamar en Nínive este anuncio de parte del
rey y de sus ministros:

«Que hombres y animales, ganado mayor y menor no coman nada; que no pasten ni beban agua. Que
hombres y animales se cubran con rudo sayal e invoquen a Dios con ardor. Que cada cual se convierta de
su mal camino y abandone la violencia. ¡Quién sabe si Dios cambiará y se compadecerá, se arrepentirá
de su violenta ira y no nos destruirá!». Vio Dios su comportamiento, cómo habían abandonado el mal
camino, y se arrepintió de la desgracia que había determinado enviarles. Así que no la ejecutó.

Salmo: Sal 129, 1-2. 3-4

R. Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto. R.

Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R.

Aleluya Lc 11, 28

R. Aleluya, aleluya, aleluya.

Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios
y la cumplen. R.

Evangelio: Marta lo recibió en su casa. María ha escogido la parte mejor.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 38-42

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.

Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:

«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».

Respondiendo, le dijo el Señor:

«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria. María, pues ha
escogido la parte mejor, y no le será quitada».

Confirmaciones en Cáceres

En la tarde del pasado miércoles 4 de octubre tenía lugar la celebración del sacramento de la confirmación en el Centro de Formación del Tropa N.º 1 (CEFOT 1) de Cáceres.

Han sido un total de 41 soldados alumnos correspondientes al primer ciclo del año 2023 junto con tres hijos de personal militar y reservista los que, después de su proceso de preparación, fueron ungidos con el Sagrado Crisma en la frente por nuestro Arzobispo Castrense de España D. Juan Antonio Aznárez Cobo para recibir la efusión del Espíritu Santo.

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