Estas acciones personales o institucionales de valentía y grandeza, se dan especialmente en las nuevas generaciones y revelan un fuerte sentido del altruismo que supera las fronteras de razas y culturas. Estas, y otras muchas acciones elogiables, nos hablan de que no estaremos felices y en paz los unos sin los otros, y aún menos, los unos contra los otros. Esos gestos, son un grito profético de fraternidad, de cómo la última palabra no la debe tener el intercambio, ni la contraprestación, sino el reconocimiento del otro y sus carencias.
El fenómeno del voluntariado social, como expresión concreta de la solidaridad, es una de las actitudes mejores valoradas en esta sociedad actual. Representa, el lado más humano de la vida por todo lo que significa: gratuidad, generosidad, esfuerzo, sacrificio, entrega y cercanía con las necesidades más apremiantes de los ciudadanos. Los sectores a los que el voluntariado se extiende son muy variados y amplios, como pueden ser: el asistencial, sanitario, cultural, educativo, promoción y capacitación laboral, acogida e integración social de emigrantes, ayuda al Tercer Mundo y otros. Las diversas organizaciones que lo engloban están sustentadas en el principio de subsidiaridad, para llegar con sus trabajos allí donde el Estado no puede lograr en su gestión ordinaria. Pero la solidaridad nunca sustituye a la justicia que debe regir las relaciones entre los seres humanos.
Puede que alguno se pregunte: ¿Qué diferencia hay entre el voluntariado benefactor de hoy y la visión cristiana del prójimo de siempre? Pues, sin minusvalorar otras formas o motivaciones para el voluntariado filantrópico, la diferencia está en la raíz del compromiso del cristiano en favor de sus semejantes, que luego se trasluce en unas formas de actuar especificas que revelan su identidad originaria. El voluntario cristiano, ha de tener muy claro, que su compromiso nace del acto mismo de fe en Dios revelado en Cristo, por el cual, el hermano se convierte en el “rostro” del mismo Jesús. Así, dice el Papa Francisco: “La fe nos hace prójimos, nos hace prójimos a la vida de los demás. Nos aproxima a la vida de los demás. La fe despierta nuestro compromiso, la fe despierta nuestra solidaridad”.
Vemos pues que, el voluntariado cristiano tiene una fundamentación distinta y diversa al voluntariado simplemente humanista. La mística que impulsa a la acción en favor del necesitado dimana de la vida y mensaje de Jesucristo, servidor de los enfermos y los pobres. Y así, esta acción ha de ser concebida como un verdadero ministerio de caridad fraterna, que lo aleja de cualquier interés o búsqueda de gratificaciones indirectas, personales o profesionales. Donde no alcanza la justicia y la solidaridad, está la caridad que procede de la fe en el Dios del Amor.
Para el católico, participar como voluntario en una acción social supone dar respuesta a una llamada que brota del mismo Evangelio. Por tanto, para un cristiano resulta impensable separar la solidaridad del mensaje de las Bienaventuranzas. Si nos sentimos unidos a los demás (es decir, si somos solidarios) no es sólo por una simple razón de pertenencia a la comunidad humana, sino sobre todo por el imperativo del mandamiento del amor. Por ese distintivo, se conoce a los verdaderos discípulos de Cristo: “amaos los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”(Jn 15,12-13).
+ Juan Del Río Martín
Arzobispo Castrense de España