No es en absoluto necesario mirar a otros que se dejaron enredar en la mentira y en la corrupción. Todos conocemos la tentación de la corruptibilidad y la falta de verdad. El corrupto destruye su verdadero ser, su autentico yo. En cambio, la persona veraz es aquella que no se deja dominar por las riquezas, los cargos o los afectos. No se inclina ante las promesas, sino que vive buscando la máxima coherencia. Con una persona veraz sabe uno a qué atenerse, se gana nuestra confianza porque la consideramos incorruptible.
La verdad debe ir siempre unida al amor, sinceridad, claridad y prudencia. Sin caridad, la verdad puede degenerar en inhumanidad. Necesita como elemento corrector el amor y el discernimiento, que se pregunta si el otro puede soportar la verdad y en que momento se debe decir. Una verdad a destiempo crea desazón y desconfianza.
El amor a la verdad o la verdad en el amor, no finge ante el otro, sino que se da tal como es. No sabe de cálculos interesados y desecha las intrigas de todo género. Brilla en el buen comportamiento ético y en la comunicación transparente que facilita la comprensión de los problemas humanos. Ser sincero, decir la verdad, no significa espetarle al otro en la cara lo que uno piensa que es la verdad de lo sucedido. Porque como dice el Papa Francisco: "La hipocresía es precisamente el lenguaje de la corrupción. La hipocresía no es un lenguaje de verdad, porque la verdad jamás va sola. ¡Jamás! ¡Va siempre con el amor! No hay verdad sin amor. El amor es la primera verdad”.
Juan del Río Martín
Arzobispo Castrense de España