1ª lectura: Envió un ángel a salvar a sus siervos.
Lectura de la profecía de Daniel 3, 14-20. 91-92. 95
En aquellos días, el rey Nabucodonosor dijo:
«¿Es cierto, Sidrac, Misac y Abdénago, que no teméis a mis dioses ni adoráis la estatua de oro que he
erigido? Mirad: si al oír tocar la trompa, la flauta, la citara, el laúd, el arpa, la vihuela y todos los demás
instrumentos, estáis dispuestos a postraros adorando la estatua que he hecho, hacedlo; pero, si no la adoráis,
seréis arrojados inmediatamente al horno encendido, y ¿qué dios os librará de mis manos?». Sidrac, Misac
y Abdénago contestaron al rey Nabucodonosor:
«A eso no tenemos por qué responder. Si nuestro Dios a quien veneramos puede librarnos del horno
encendido, nos librará, oh rey, de tus manos. Y aunque no lo hiciera, que te conste, majestad, que no
veneramos a tus dioses ni adoramos la estatua de oro que has erigido».
Entonces Nabucodonosor, furioso contra Sidrac, Misac: y Abdénago, y con el rostro desencajado por
la rabia, mandó encender el horno siete veces más fuerte que de costumbre, y ordenó a sus soldados más
robustos que atasen a Sidrac, Misac y Abdénago y los echasen en el horno encendido. Entonces el rey
Nabucodonosor se alarmó, se levantó y preguntó, estupefacto, a sus consejeros:
«¿No eran tres los hombres que atamos y echamos al horno?». Le respondieron:
«Así es, majestad». Preguntó:
«¿Entonces, cómo es que veo cuatro hombres, sin atar, paseando por el fuego sin sufrir nada? Y el cuarto
parece un ser divino» Nabucodonosor entonces dijo:
«Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que envió un ángel a salvar a sus siervos que,
confiando en él, desobedecieron el decreto real y entregaron sus cuerpos antes que venerar y adorar a
otros dioses fuera del suyo».
Salmo: Dn 3, 52a y c. 53a. 54a. 55a. 56a
R. ¡A ti gloria y alabanza por los siglos!
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres.
Bendito tu nombre santo y glorioso. R.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria. R.
Bendito eres sobre el trono de tu reino. R.
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos. R.
Bendito eres en la bóveda del cielo. R.
Versículo Cf. Lc 8, 15
Gloria a ti, Señor, Hijo de Dios vivo.
V: Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios
con un corazón noble y generoso
la guardan y dan fruto con perseverancia. R.
Evangelio: Si el Hijo os hace libres, sois realmente libres.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 8, 31-42
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él:
«Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os
hará libres». Le replicaron:
«Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Seréis libres”?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la
casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya
sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque mi palabra no cala en vosotros.
Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre».
Ellos replicaron:
«Nuestro padre es Abrahán». Jesús les dijo:
«Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que
os he hablado de la verdad que le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace
vuestro padre». Le replicaron:
«Nosotros no somos hijos de prostitución; tenemos un solo padre: Dios». Jesús les contestó:
«Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y aquí estoy. Pues no he venido por
mi cuenta, sino que él me envió».
El pasado lunes 13 de marzo a las doce de la mañana, en el Real Santuario del Santísimo Cristo de La Laguna, en la isla de Tenerife, tuvo lugar un acto de despedida de los componentes del Regimiento de Artillería nº93, de la Brigada Canarias XVI que próximamente partirán a una misión de paz a Estonia.
El pasado viernes 24 de marzo, a las 20 horas, tuvo lugar en la Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas, el concierto «Passio Redemptoris» auto sacramental de Pasión.
Un concierto escénico que nos trasladó a la Jerusalén del año 33 para vivir las últimas horas de Jesús junto a sus apóstoles y aquellos que le traicionaron.
Todo escenificado e interpretado por la Agrupación Vokalars y el elenco de actores de la Compañía del Círculo.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, quinto domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta la resurrección de Lázaro (cfr. Jn 11, 1-45). Es el último de los milagros de Jesús narrados antes de la Pascua: la resurrección de su amigo Lázaro. Lázaro es un querido amigo de Jesús. El Señor, que sabe que su amigo está a punto de morir, se pone en camino, pero llega a casa de Lázaro cuatro días después de que haya sido sepultado, cuando ya se ha perdido toda esperanza. Sin embargo, su presencia enciende un poco de confianza en el corazón de las hermanas, Marta y María (cfr. v. 22-27). Ellas, en medio del dolor, se aferran a esa luz, a este pequeña esperanza. Y Jesús las invita a tener fe, y pide que abran el sepulcro. Luego reza al Padre, y grita a Lázaro: «¡Sal fuera!» (v. 43). Éste vuelve a vivir y sale. Este es el milagro, tal cual, sencillo.
El mensaje es claro: Jesús da la vida incluso cuando parece que ya no hay esperanza. Sucede, a veces, que uno se siente sin esperanza —a todos nos ha pasado esto—, o que encuentra personas que han dejado de esperar, amargadas porque han vivido malas experiencias, el corazón herido no puede esperar. A causa de una pérdida dolorosa, de una enfermedad, de un cruel desengaño, de una injusticia o una traición sufrida, de un grave error cometido… han dejado de esperar. En ocasiones, oímos a alguien que dice: “Ya no hay nada que hacer”, y cierra la puerta a la esperanza. Son momentos en los que la vida se asemeja a un sepulcro cerrado: todo es oscuridad, en torno se ve solamente dolor y desesperación. El milagro de hoy nos dice que no es así, que el final no es este, que en esos momentos no estamos solos, al contrario, que precisamente en esos momentos Él se hace más cercano que nunca para darnos de nuevo la vida. Jesús llora: dice el Evangelio que Jesús, ante el sepulcro de Lázaro se echó a llorar, y hoy Jesús llora con nosotros, como lloró por Lázaro: el Evangelio repite dos veces que se conmovió (cfr. v. 33-38), y subraya que «se echó a llorar» (cfr. v. 35). Y, al mismo tiempo, Jesús nos invita a no dejar de creer y esperar, a no dejarnos abatir por los sentimientos negativos, que nos roban el llanto. Se acerca a nuestros sepulcros y nos dice, como entonces: «¡Quitad la piedra!» (v. 39). En esos momentos tenemos como un piedra dentro y el único capaz de quitarla es Jesús, con su palabra: «¡Quitad la piedra!».
Jesús nos dice esto también a nosotros. Quitad la piedra: no escondáis el dolor, los errores, los fracasos, dentro de vosotros, en una habitación oscura y solitaria, cerrada. Quitad la piedra: sacad todo lo que hay dentro. “Me da vergüenza”, decimos. Pero el Señor dice: ponedlo ante mí con confianza, yo no me escandalizo; ponedlo ante mi sin temor, porque yo estoy con vosotros, os amo y deseo que volváis a vivir. Y, como a Lázaro, repite a cada uno de nosotros: ¡Sal fuera! ¡Levántate, reemprende el camino, reencuentra la confianza! Cuantas veces en la vida nos hemos visto así, en la situación de no tener fuerzas para volver a levantarnos. Y Jesús: “¡Ve, adelante! Yo estoy contigo”. Te tomo de la mano, dice Jesús, como cuando de pequeño aprendías a dar los primeros pasos. Querido hermana, querida hermana, quítate las vendas que te atan (cfr. v. 45), no cedas, por favor, al pesimismo que deprime, no cedas al temor que aísla, no cedas al desánimo por el recuerdo de malas experiencias, no cedas al miedo que paraliza. Jesús nos dice: “¡Yo te quiero libre y te quiero vivo, no te abandono, estoy contigo! Todo está oscuro, pero yo estoy contigo. No te dejes aprisionar por el dolor, no dejes que muera la esperanza. Hermano, hermana ¡vuelve a vivir!”. — “¿Cómo lo hago?” — “Tómame de la mano”, y Él nos toma de la mano. Deja que te saque, Él es capaz de hacerlo. En esos malos momentos por los que todos pasamos.
Queridos hermanos y hermanas, este pasaje del capítulo 11 del Evangelio de Juan, que nos hace mucho bien leer, es un himno a la vida, y se proclama cuando la Pascua está cerca. Quizá también nosotros llevamos ahora en el corazón algún peso o algún sufrimiento que parece aplastarnos; alguna cosa mala, algún viejo pecado que no logramos sacar a la luz, algún error de juventud, ¡quién sabe! Estas cosas malas deben salir. Y Jesús dice: “¡Sal fuera!”. Es el momento de quitar la piedra y de salir al encuentro de Jesús que está cerca. ¿Somos capaces de abrirle el corazón y confiarle nuestras preocupaciones? ¿Lo hacemos? ¿Somos capaces de abrir el sepulcro de los problemas y mirar más allá del umbral, hacia su luz? ¿O tenemos miedo? Y, a nuestra vez, como pequeños espejos del amor de Dios, ¿logramos iluminar los ambientes en los que vivimos con palabras y gestos de vida? ¿Testimoniamos la esperanza y la alegría de Jesús? Todos nosotros, pecadores. Y también quisiera decir una palabra a los confesores: queridos hermanos, no olvidéis que también vosotros sois pecadores, y estáis en el confesionario no para torturar, para perdonar y para perdonar todo, como el Señor perdona todo. Que María, Madre de la esperanza, renueve en nosotros la alegría de no sentirnos solos y la llamada a llevar luz a la oscuridad que nos rodea.
Después del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas!
Ayer, Solemnidad de la Anunciación, renovamos nuestra consagración al Inmaculado Corazón de María, en la certeza de que sólo la conversión de los corazones puede abrir el camino que conduce a la paz. Sigamos rezando por el martirizado pueblo ucraniano.
Y sigamos estando cerca de las víctimas del terremoto de Turquía y Siria. A ellos está destinada la colecta especial que se realiza hoy en todas las parroquias de Italia. Recemos también por la población del estado de Misisipi afectada por un tornado devastador.
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de muchos países, especialmente a los de Madrid y Pamplona y a los mexicanos; así como los peruanos, renovando la oración por la reconciliación y la paz en Perú. Hay que rezar por el Perú que está sufriendo tanto.
Saludo a los fieles de Zollino, Rieti, Azzano Mella y Capriano del Colle, Bellizzi, Crotone y Castelnovo Monti con el UNITALSI; y saludo a los confirmandos de Pavía, Melendugno, Cavaion y Sega, Settignano y Prato; a los muchachos de Ganzanigo, Acilia y Longi; y a la Asociación Amigos del Crucifijo de las Marcas.
Dirijo un saludo especial a la delegación de la Aeronáutica Militar Italiana, que celebra el centenario de su fundación. Expreso mis mejores deseos para este aniversario y os animo a trabajar siempre por la construcción de la justicia y la paz.
Rezo por todos vosotros y hacedlo por mí. Y os deseo a todos un feliz domingo. Buen almuerzo y hasta pronto.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy el Evangelio nos muestra a Jesús que devuelve la vista a un hombre ciego de nacimiento (cf. Jn 9,1-41). Pero este prodigio no es bien recibido por varias personas y grupos. Veamos en detalle.
Pero primero quisiera deciros: hoy, tomad el Evangelio de Juan y leed vosotros este milagro de Jesús, es hermoso el modo en el que Juan lo cuenta. Capítulo 9, en dos minutos se lee. Muestra cómo procede Jesús y cómo procede el corazón humano: el corazón humano bueno, el corazón humano tibio, el corazón humano temeroso, el corazón humano valiente. Capítulo 9 del Evangelio de Juan. Hacedlo hoy, os ayudará mucho. ¿Y de qué manera las personas acogen este signo?
En primer lugar, están los discípulos de Jesús, que ante el ciego de nacimiento terminan en el chismorreo: se preguntan si la culpa es de sus padres o suya (cf. v. 2). Buscan un culpable; y nosotros muchas veces caemos en esto que es tan cómodo: buscar un culpable, en lugar de plantearnos preguntas exigentes en la vida. Y hoy podemos decir: ¿qué significa para nosotros la presencia de esta persona? ¿qué nos pide a nosotros? Después, una vez curado, las reacciones aumentan. La primera es la de los vecinos, que se muestran escépticos: “Este hombre siempre ha sido ciego: ¡no es posible que vea ahora, no puede ser él, es otro!”: escepticismo (cf. vv. 8-9). Para ellos es inaceptable, mejor dejar todo como era antes (cf. v. 16) y no meterse en este problema. Tienen miedo, temen a las autoridades religiosas y no se pronuncian (cf. vv. 18-21). En todas estas reacciones, emergen corazones cerrados frente al signo de Jesús, por varios motivos: porque buscan un culpable, porque no saben sorprenderse, porque no quieren cambiar, porque están bloqueados por el miedo. Y muchas situaciones se parecen hoy a esta. Frente a algo que es precisamente un mensaje de testimonio de una persona, es un mensaje de Jesús, nosotros caemos en esto: buscamos otra explicación, no queremos cambiar, buscamos una salida más elegante que aceptar la verdad.
El único que reacciona bien es el ciego: él, feliz de ver, testimonia lo que le ha sucedido de la forma más sencilla: «Era ciego y ahora veo» (v. 25). Dice la verdad. Primero se veía obligado a pedir limosna para vivir y sufría los prejuicios de la gente: “es pobre y ciego de nacimiento, debe sufrir, debe pagar por sus pecados o por los de sus antepasados”. Ahora, libre en el cuerpo y en el espíritu, da testimonio de Jesús: no inventa nada y no esconde nada. “Era ciego y ahora veo”. No tiene miedo de lo que dirán los otros: el sabor amargo de la marginación ya lo ha conocido durante toda la vida, ya ha sentido sobre él la indiferencia, el desprecio de los transeúntes, de quien lo consideraba como un descarte de la sociedad, útil a lo sumo para la piedad de alguna limosna. Ahora, curado, ya no teme esas actitudes de desprecio, porque Jesús le ha dado plena dignidad. Y esto es claro, sucede siempre: cuando Jesús nos sana, nos devuelve la dignidad, la dignidad de la sanación de Jesús, plena, una dignidad que sale del fondo del corazón, que toma toda la vida; y Él en sábado, delante de todos, le ha liberado y le ha donado la vista sin pedirle nada, ni siquiera un gracias, y él da testimonio. Esta es la dignidad de una persona noble, de una persona que se sabe curada y empieza de nuevo, renace; ese renacer en la vida, del que se hablaba hoy en “A Sua Immagine”: renacer.
Hermanos, hermanas, con todos estos personajes el Evangelio de hoy nos pone también a nosotros en medio de la escena, así que nos preguntamos: ¿qué posición tomamos?, ¿qué hubiéramos dicho entonces? Y, sobre todo, ¿qué hacemos hoy? ¿Sabemos, como el ciego, ver el bien y ser agradecidos por los dones que recibimos? Me pregunto: ¿cómo es mi dignidad? ¿Cómo es tu dignidad? ¿Testimoniamos a Jesús o difundimos críticas y sospechas? ¿Somos libres frente a los prejuicios o nos asociamos a los que difunden negatividad y chismes? ¿Estamos felices de decir que Jesús nos ama, que nos salva o, como los padres del ciego de nacimiento, nos dejamos enjaular por temor a lo que pensará la gente? Los tibios de corazón que no aceptan la verdad y no tienen la valentía de decir: “No, esto es así”. Y también, ¿cómo acogemos las dificultades y la indiferencia de los demás? ¿Cómo acogemos a las personas que tienen tantas limitaciones en la vida, ya sean físicas, como este ciego; o sociales, como los mendigos que encontramos por la calle? ¿Y esto lo acogemos como una maldición o como ocasión para hacernos cercanos a ellos con amor?
Hermanos y hermanas, pidamos hoy la gracia de sorprendernos cada día por los dones de Dios y de ver las diferentes circunstancias de la vida, también las más difíciles de aceptar, como ocasiones para obrar el bien, como hizo Jesús con el ciego. Que la Virgen nos ayude en esto, junto a san José, hombre justo y fiel.
Después del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas!
Ayer en Ecuador un terremoto ha causado muertos, heridos y grandes daños. Estoy cerca del pueblo ecuatoriano y aseguro mi oración por los difuntos y por todos los que sufren.
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de tantos países —veo banderas: colombianas, argentinas, polacas… muchos, muchos países…—. Saludo a los españoles venidos de Murcia, Alicante y Albacete.
Saludo a las parroquias de San Ramón Nonato y de los Mártires Canadienses, en Roma, y a la de Cristo Rey, en Civitanova Marche; a la Asociación de los Salesianos Cooperadores; a los chicos de Arcore, los de confirmación de Empoli y los de la parroquia Santa María del Rosario de Roma. Saludo a los chicos de la Inmaculada, ¡bravo!
¡Con mucho gusto saludo también a los participantes en el Maratón de Roma! Os felicito porque, por impulso de "Athletica Vaticana", hacéis de este importante acontecimiento deportivo una ocasión de solidaridad en favor de los más pobres.
¡Y hoy felicitamos a todos los padres! Que encuentren en san José el modelo, el apoyo, el consuelo para vivir bien su paternidad. Y todos juntos, por los padres, rezamos al Padre [Padre Nuestro…].
Hermanos y hermanas, no olvidemos rezar por el martirizado pueblo ucraniano, que sigue sufriendo por los crímenes de la guerra.
Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.
1ª lectura: Los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirar a la serpiente de bronce.
Lectura del libro de los Números 21, 4-9
En aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar Rojo, rodeando el territorio
de Edón.
El pueblo se cansó de caminar y habló contra Dios y contra Moisés:
«¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da
náuseas ese pan sin sustancia». El Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los mordían,
y murieron muchos de Israel.
Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo:
«Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las
serpientes». Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió:
«Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos
al mirarla».
Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a
alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida.
Salmo: Sal 101, 2-3. 16-18. 19-21
R. Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti.
Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí; cuando te invoco, escúchame en seguida. R.
Los gentiles temerán tu nombre, los reyes del mundo,
tu gloria. Cuando el Señor reconstruya Sión, y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos, y no desprecie sus peticiones. R.
Quede esto escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte. R.
Versículo
Gloria a ti, Cristo, Palabra de Dios.
V: La semilla es la palabra de Dios, y el sembrador es Cristo;
todo el que lo encuentra vive para siempre. R.
Evangelio: Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que «Yo soy».
Lectura del santo Evangelio según san Juan 8, 21-30
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros». Y
los judíos comentaban:
«¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”?». Y él les dijo:
«Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este
mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que «Yo soy», moriréis
por vuestros pecados». Ellos le decían:
«¿Quién eres tú?» Jesús les contestó:
«Lo que os estoy diciendo. desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero
el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él». Ellos no comprendieron
que les hablaba del Padre.
Y entonces dijo Jesús:
«Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que «Yo soy», y que no hago nada por mi cuenta,
sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo;
porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.
Santa Teresa de Jesús, Las Moradas, 7.4.7
1ª lectura: Ahora tengo que morir, siendo inocente.
Lectura de la profecía de Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62
En aquellos días, vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de Jelcías, mujer muy
bella y temerosa del Señor.
Sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de moisés. Joaquín era muy rico y tenía un
jardín junto a su casa; y como era el más respetado de todos, los judíos solían reunirse allí. Aquel año fueron
designados jueces dos ancianos del pueblo, de esos que el Señor denuncia diciendo:
«En Babilonia la maldad ha brotado de los viejos jueces, que paso por guías del pueblo». Solían ir a casa de
Joaquín, y los que tenían pleitos que resolver acudían a ellos.
A mediodía, cuando la gente se marchaba, Susana salía a pasear por el jardín de su marido. Los dos ancianos
la veían a diario, cuando salía a pasear, y sintieron deseos de ella. Pervirtieron sus pensamientos y desviaron los
ojos para no mirar al cielo, ni acordarse de sus justas leyes.
Sucedió que, mientras aguardaban ellos el día conveniente, salió ella como los tres días anteriores sola con dos
criadas, y tuvo ganas de bañarse en el jardín, porque hacía mucho calor. No había allí nadie, excepto los dos
ancianos escondidos y acechándola. Susana dijo a las criadas:
«Traedme el perfume y las cremas y cerrad la puerta del jardín mientras me baño»
Apenas salieron las criadas, se levantaron los dos ancianos, corrieron hacia ella y le dijeron:
«Las puertas del jardín están cerradas, nadie nos ve, y nosotros sentimos deseos de ti; así que consiente y
acuéstate con nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba contigo y que por eso
habías despachado a las criadas». Susana lanzó un gemido y dijo:
«No tengo salida: si hago eso, mereceré la muerte; si no lo hago, no escaparé de vuestras manos. Pero prefiero
no hacerlo y caer en vuestras manos antes que pecar delante del Señor». Susana se puso a gritar, y los dos
ancianos, por su parte, se pusieron también a gritar contra ella. Uno de ellos fue corriendo y abrió la puerta del
jardín.
Al oír los gritos en el jardín, la servidumbre vino corriendo por la puerta lateral a ver qué le había pasado.
Cuando los ancianos contaron su historia, los criados quedaron abochornados, porque Susana nunca había dado
que hablar. Al día siguiente, cuando la gente vino a casa de Joaquín, su marido, vinieron también los dos ancianos
con el propósito criminal de hacer morir a Susana. En presencia del pueblo ordenaron:
«Id a buscar a Susana, hija de Jelcías, mujer de Joaquín».
Fueron a buscarla, y vino ella con sus padres, hijos y parientes. Toda su familia y cuantos la veían lloraban.
Entonces los dos ancianos se levantaron en medio de la asamblea y pusieron las manos sobre la cabeza de Susana.
Ella, llorando, levantó la vista al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor.
Los ancianos declararon:
«Mientras paseábamos nosotros solos por el jardín, salió esta con dos criadas, cerró la puerta del
jardín y despidió a las criadas. Entonces se le acercó un joven que estaba escondido y se acostó
con ella.
Nosotros estábamos en un rincón del jardín y, al ver aquella maldad, corrimos hacia
ellos. Los vimos abrazados, pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte
que nosotros, y, abriendo la puerta, salió corriendo. En cambio, a esta la echamos mano y le preguntamos quién
era el joven, pero no quiso decírnoslo. Damos testimonio de ello»
Como eran ancianos del pueblo y jueces, la asamblea los creyó y la condenó a muerte. Susana dijo gritando:
«Dios eterno, que ves lo escondido, que lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso
testimonio contra mí, y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha inventado contra mí». Y
el Señor escuchó su voz.
Mientras la llevaban para ejecutarla, Dios suscitó el espíritu santo en un muchacho llamado Daniel; y este dio
una gran voz:
«Yo soy inocente de la sangre de esta».
Toda la gente se volvió a mirarlo, y le preguntaron:
«¿Qué es lo que estás diciendo?»
Él, plantado en medio de ellos, les contestó:
«Pero ¿estáis locos, hijos de Israel? ¿Conque, sin discutir la causa ni conocer la verdad condenáis a una hija
de Israel? Volved al tribunal, porque esos han dado falso testimonio contra ella». La gente volvió a toda prisa, y
los ancianos le dijeron:
«Ven, siéntate con nosotros e infórmanos, porque Dios mismo te ha dado la ancianidad» Daniel les dijo:
«Separadlos lejos uno del otro, que los voy a interrogar».
Cuando estuvieron separados el uno del otro, él llamó a uno de ellos y le dijo:
«¡Envejecido en días y en crímenes! Ahora vuelven tus pecados pasados, cuando dabas sentencias injustas
condenando inocentes y absolviendo culpables, contra el mandato del Señor: “No matarás al inocente ni al justo”.
Ahora puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste abrazados». Él contestó:
«Debajo de una acacia». Respondió Daniel:
«Tu calumnia se vuelve contra ti. Un ángel de Dios ha recibido ya la sentencia divina y te va a partir por medio».
Lo apartó, mandó traer al otro y le dijo:
«¡Hijo de Canaán, y no de Judá! La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con
las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros; pero una mujer judía no ha tolerado vuestra
maldad. Ahora dime: ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?». Él contestó:
«Debajo de una encina». Replicó Daniel:
«Tu calumnia también se vuelve contra ti. El ángel de Dios aguardad con la espada para dividirte por medio.
Y así acabará con vosotros».
Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se
alzaron contra los dos ancianos, a quienes Daniel había dejado convictos de falso testimonio por su
propia confesión, e hicieron con ellos lo mismo que ellos habían tramado contra el prójimo. Les
aplicaron la ley de Moisés y los ajusticiaron. Aquel día se salvó una vida inocente.
Salmo: Sal 22, 1b-3a. 3bc-4. 5. 6
R. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas
conmigo.
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,
porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mí copa rebosa. R.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R.
Versículo Ez 33, 11
Gloria a ti, Cristo, Sabiduría de Dios Padre.
V: No me complazco en la muerte del malvado - dice el Señor -,
sino en que se convierta y viva. R.
Evangelio: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 8, 1 -11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo,
y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear
a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó
y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó:
«Ninguno, Señor». Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
1ª lectura: Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis.
Lectura de la profecía de Ezequiel 37, 12-14
Esto dice el Señor Dios:
«Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel.
Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, pueblo mío, comprenderéis que soy el Señor.
Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestra tierra y comprenderéis que yo, el
Señor, lo digo y lo hago -oráculo del Señor-».
Salmo: Sal 129, 1b-2. 3-4. 5-7ab. 7cd-8
R. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Desde lo hondo a ti grito,
Señor; Señor, escucha mi voz,
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R.
Si llevas cuentas de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto. R.
Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R.
Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa;
y él redimirá a Israel de todos sus delitos. R.
2ª lectura: El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 8-11
Hermanos:
Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el
Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros, en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo
no es de Cristo.
Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia.
Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre
los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que
habita en vosotros.
Versículo Jn 11, 25a. 26
Gloria y alabanza a ti, Cristo.
Yo soy la resurrección y la vida - dice el Señor -;
el que cree en mí no morirá para siempre. R.
Evangelio: Yo soy la resurrección y la vida.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 11, 1-45
En aquel tiempo, había caído enfermo un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su
hermana. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo
era su hermano Lázaro. Las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús, diciendo:
«Señor, el que tú amas está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo:
«Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de
Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que
estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dijo a sus discípulos:
«Vamos otra vez a Judea». Lo discípulos le replicaron:
«Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver de nuevo allí?». Jesús contestó:
«¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero
si camina de noche tropieza, porque la luz no está en él». Dicho esto, añadió:
«Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo». Entonces le dijeron sus discípulos:
«Señor, si duerme, se salvará».
Jesús se refiere a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús
les replicó claramente:
«Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora
vamos a su encuentro». Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
«Vamos también nosotros y muramos con él».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos
quince estadios; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedo en casa. Y
dijo Marta a Jesús;
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas
a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará». Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día». Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mi, aunque haya muerto, vivirá; y el que
está vivo y cree en mi, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella le contestó:
«Si, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Y dicho esto, fue a
llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
«El Maestro está ahí y te llama».
Apenas lo oyó se levantó y salió adonde estaba él, porque Jesús no había entrado todavía en la aldea,
sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola,
al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí.
Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano».
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió en su espíritu,
se estremeció y preguntó:
«¿Dónde lo habéis enterrado?». Le contestaron:
«Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
«¡Cómo lo quería!». Pero algunos dijeron:
«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?». Jesús,
conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba.
Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús:
«Quitad la losa».
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
«Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días». Jesús le replico:
«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por
la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Y dicho esto, gritó con voz potente:
«Lázaro, sal afuera».
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
«Desatadlo y dejadlo andar».
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
1ª lectura: Mirad: la virgen está encinta.
Lectura del libro de Isaías 7, 10-14; 8, 10b
En aquellos días, el Señor habló a Ajaz y le dijo:
«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo». Respondió Ajaz:
«No la pido, no quiero tentar al Señor». Entonces dijo Dios:
«Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el
Señor, por su cuenta, os dará un signo: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por
nombre Emmanuel, porque con nosotros está Dios».
Salmo: Sal 39, 7-8a. 8b-9. 10. 11
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios,
entonces yo digo: «Aquí estoy». R.
«Como está escrito en mi libro para hacer tu voluntad».
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. R.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R.
No me he guardado en el pecho tu defensa,
he contado tu fidelidad y tu salvación,
no he negado tu misericordia
y tu lealtad ante la gran asamblea. R.
2ª lectura: Así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí: para hacer ¡oh, Dios!
tu voluntad.
Lectura de la carta a los Hebreos 10, 4-10
Hermanos:
Es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados.
Por eso, al entrar Cristo en el mundo dice:
«Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas
expiatorias.
Entonces yo dije: He aquí que vengo - pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí - para
hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».
Primero dice: «Tú no quisiste ni sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos ni víctimas expiatorias», que se
ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». Niega lo primero, para
afirmar lo segundo.
Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha
una vez para siempre.
Versículo Jn 1, 14ab
La salvación y la gloria y el poder son del Señor Jesucristo.
V: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria. R.
Evangelio: Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a
una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un
hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el
trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María
dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo
que va a nacer se llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y
ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”». María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra».
Y el ángel se retiró.
El pasado viernes 24 de marzo, a las 20 horas, tuvo lugar en la Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas, el concierto «Passio Redemptoris» auto
...El pasado miércoles día 22 de marzo, se reunió, por videoconferencia, el Consejo de Cáritas Castrense bajo la presidencia de su Arzobispo, D. Juan
...Articulo publicado en la revista TRAPANA, revista de la Asociación de Estudios Melillenses.
Año XVII. Volumen 15. 2022
Los acontecimientos que se
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