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Noticias del Arzobispado Castrense

El Pobre Gritó y el Señor lo Escuchó

Mientras tenía lugar la II Asamblea de Caritas Castrense, que se celebra cada tres años con el fin de revisar lo hecho y poner las bases del futuro, los pobres han vuelto a gritar.

Antes de comenzar la mesa sobre migración nos llegaba la noticia de la muerte en el mediterráneo, una vez más, de al menos doces personas que escapando de la miseria o de la guerra buscaban una vida mejor.

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Los doce cadáveres que han ido siendo rescatados de entre las rocas o de las aguas del mar que baña la costa de los Caños de Meca en Cádiz por nuestros Guardias Civiles, son una vez mas el grito de aquellos que no pueden ejercer la libertad y sucumben ante la esclavitud del siglo XXI generada por el odio, la división, la guerra y por aquellos que se aprovechan de sus miserias. Auténtica esclavitud manipuladora del ser humano que cercena la dignidad que tienen como hijos que son de Dios.

Ha llegado también hasta nosotros el grito de nuestros mayores. Claman por unas pensiones adecuadas que les permita vivir con dignidad. Pero sobre todo nos lanzan con su mirada y silencio el grito de su soledad. La sociedad les va dando la espalda. Esta y las familias, a las que aportaron todo, se van olvidando de su dignidad aparcándolos como objetos inservibles para que no estorben en el mundo de las prisas, de los objetivos, del triunfo…

Los gritos llegan a nuestros oídos pero atraviesan el cielo y llegan hasta Dios. Gritos que expresan sufrimiento y soledad, su desilusión y esperanza. Al llegar hasta nosotros no pueden dejarnos indiferentes e impasibles. Nuestra Asamblea no puede quedarse en teorizar sobre ellos, en dejarnos complacientes pensando que con ello es suficiente. Sus gritos nos llaman al compromiso y a la acción

Dios escucha la llamada de los pobres. No se desentiende. Se detiene en el camino y volviendo atrás los mira a los ojos. Muestra su amor y misericordia y usa de ella para con ellos. Responde a su grito participando de su condición, curando sus heridas e invitándonos a los creyentes a encontrarnos con El en ellos y a mostrarles su rostro a través de nuestros gestos y palabras.

Los pobres que claman y gritan no son números, grupos sociales, entes sin rostro. Son personas individuales, seres humanos, hijos de Dios, a los   que se ha arrebatado la dignidad personal y ante los que ha quebrado la justicia. Requieren de nuestra parte una atención individualizada, amante, que honra al otro como persona y busca su bien.

Estamos acostumbrados a pensar que la caridad se traduce en una mejora económica del pobre. Nos conformamos con darle una limosna, que en muchos casos utilizamos para dejar de escuchar su grito, o simplemente dando soluciones parciales a necesidades simplemente materiales, que no por necesarias, rompen o terminan con sus causas. Pero nos olvidamos de pararnos y mirarlos a los ojos y mostrar a cada uno la potencia de la intervención de Dios que ofrece a cada uno un lugar espacioso, lo libera de la red del cazador, de las mafias, los intereses, el egoísmo…, que le tiende la mano para acogerlo, protegerlo y sobre todo amarlo.

Nuestra respuesta, como la de El, ha de convertirse en respuesta liberadora que resucite la dignidad del pobre. Para ello es necesario el encuentro, la cercanía y caminar a su lado. Que sepan que nos preocupamos de ellos y que seamos capaces de decirles, mirándolos a los ojos, con amor y con la mano tendida “Ánimo, levántate que te llama” (Mc, 10,49)

Francisco José Bravo Castrillo
Delegado Episcopal de CC

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