Son centros regidos por las religiosas misioneras hijas de San José, concretamente por la hermana Malika que ya conocemos de la última vez: aquella heroína que recorre las calles por los suburbios de Mombasa rescatando niños víctimas de las drogas para darles un futuro esperanzador de escuela y reinserción en la sociedad.
Comenzamos la mañana visitando el centro de Mikindani, el de rescate. Allí nos recibió Sor Malika y los niños y adolescentes, que están temporalmente antes de pasar al otro centro escolar. Tuvimos un rato de charla y sobretodo mucha escucha y acompañamiento. Qué medicina más efectiva: que sientan que estas a su lado. Las emociones interiores no tienen explicación cuando te miran con alegría porque seguramente nadie estuvo a su lado verdaderamente. La Navidad es estar y mirar como hicieron los pastores. Cada uno nos presentamos y les pusimos rostro y nombre a aquellos que pasaron desapercibidos y sin nombres. Después ellos nos deleitaron con un número de magia, qué arrojo y qué espabilados son. Y nosotros (los sanitarios) les ofrecimos una mini charla sobre cómo deben actuar en caso de accidente o atropello en la calle (recordamos que Kenia tiene un índice altísimo de accidentes de vehículos). Fue una mañana maravillosa: incluso nos ofrecieron los dulces que nosotros les habíamos llevado para que celebrasen la Navidad.
Al terminar nos fuimos a visitar el hospital que la misma congregación tiene cerca del centro de rescate. Y saludamos a todo el personal que allí trabaja realizando una pequeña visita y entregándoles unos botiquines como regalo, porque el tiempo demoraba y nos quedaba ir al otro centro escolar que está a 30 kilómetros de Mombasa.
Por fin nos lanzamos en el bus a Kikambala, a visitar la escuela Grandson of Abraham. La hermana Malika nos acompañó. Y después de muchas aventuras por las carreteras y caminos de la zona llegamos al centro. Este está en plena naturaleza y sus instalaciones son excelentes, aunque todavía necesitan arreglos. Allí nos recibieron todos los niños que viven en el centro e hicimos el mismo programa que en el primer centro, acompañar y escuchar. Se notaba la diferencia y evolución con estos niños y adolescentes porque aquí están plenamente escolarizados, pero todos procedían del primer centro y con tiempo y tesón van madurando y centrándose en la vida.
Conocimos a todos porque se presentaron uno a uno. Nos ofrecieron un baile que acabamos bailando todos, escuchamos testimonios personales de cómo llegaron hasta allí y lo que sueñan y desean en el futuro. Ojalá podamos darle la oportunidad a alguno de formarse y estudiar en España. Jugamos al futbol y las hermanas nos regalaron un almuerzo antes de marchar.
Les llevamos alimentos y dinero que recaudamos en la dotación del barco: todos colaboraron y aportaron su granito de arena. La fragata se volcó plenamente con esta visita.
Al final llegaron las despedidas, los deseos de volver, los abrazos, y tantos sueños que te rondan por la mente de cómo ayudar a estos pequeños que eran extraños y fueron acogidos. No hay duda que la providencia de Dios no los abandonará a su suerte y deseamos que nosotros seamos su instrumento.
A la vuelta fuimos rumiando esta vivencia navideña: vimos la estrella y la seguimos hasta encontrar un niño pobre envuelto en pañales. Si Dios se hizo niño, lo hizo pobre y extraño a los ojos del mundo, nosotros lo acogimos y lo contemplamos en esos rostros alegres que nos miran con felicidad.