Todos los propósitos vienen motivados desde la esperanza por un interés de mejorar, de cambiar aquello que nos perjudica, adquirir nuevos conocimientos…, en definitiva de crecer como personas. A eso los cristianos lo llamamos conversión.
La Iglesia, desde su nacimiento, vive una continua utopía, una renovada ilusión y esperanza, queriendo imitar y transparentar al Señor que “ungido” vino a proclamar “la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” LC. 4, 18-19.
En el Seguimiento a Jesús, la Iglesia, se ve interpelada por el mismo hombre, hijo de Dios, no pudiendo permanecer insensible a todo lo que sirve al verdadero bien del ser humano, como tampoco puede permanecer indiferente a lo que lo amenaza. El mundo necesita cambios, transformaciones que nos ayuden a recuperar el “Eden” perdido, y sobre todo a vencer el mal originado por el pecado que rompe la creación de Dios y al mismo hombre destruyendo la naturaleza y a el mismo en sus relaciones interpersonales con los demás y con Dios.
Guerras, divisiones, enfrentamientos, pobreza, miserias, desempleo, enfermedad, soledad… dramas que viven muchos hermanos y hermanas a través de los cuales viene el mismo Señor a interpelarnos (MT 25, 31-46)
La Iglesia, acuciada, se pone al servicio de los que sufren renaciendo en ella la utopía y, sin aparcarla por desaliento, lucha trabajando por alcanzar que se haga realidad, pues conoce los remedios y las dificultades:
- En ella el Trabajo por la paz se convierte en cultura por la paz e insta a una política por la misma a través del ejercicio de la no violencia activa.
- La naturaleza y creación, al servicio siempre del ser humano, hace necesario un ecologismo que permita a las generaciones futuras su disfrute y convierta al hombre en destinatario responsable y coocreador con Dios de los bienes que este ha puesto en sus manos para el disfrute de todos haciendo del mundo la casa común dada por el Padre para todos.
- La caridad, como compasión hacia los pobres y necesitados, se transforma en opción preferencial por los mas pobres, en la que los bienes, considerados de todos, han de tener un destino y reparto universal. Caridad que en las comunidades creyentes y para cada cristiano pasa de ser un mero acto de generosidad a convertirse en una verdadera comunión y comunicación con los hermanos de los bienes que Dios nos ha dado.
- La lucha por la paz, por la igualdad, por la libertad, por los derechos fundamentales del ser humano… son, en definitiva, un verdadero trabajo por el respeto al hombre y su dignidad que nacen de su trascendente condición de hijo de Dios, al que como tal nadie, ni nada tienen el derecho de violentar o mancillar. De su respeto, de su consideración, de la necesidad de ser cada vez mas la imagen de su creador, la imagen misma del Padre, nace el deber del amor, y con el del perdón, únicas y verdaderas fuerzas capaces, radicalmente, de transformar el mal del pecado, hacen más y mejores personas a aquellos que los ponen en práctica.
Caritas Castrense, como parte de la comunidad católica castrense, vive junto a ella la utopía, y en comunión con su Pastor y a la luz de la Palabra del Evangelio trabaja con sus propias limitaciones al servicio de aquellos que necesitan que alguien camine a su lado, sabiendo y siendo consciente que nuestro mensaje social se hará creíble desde el testimonio de las obras y la opción preferencial por los pobres, la cual nunca es exclusiva ni discriminatoria de otros grupos. En el amor por el hombre, y en primer lugar por el pobre, Caritas Castrense, se compromete en su trabajo por promover la justicia hacer posible que el reino de Dios, que EL nos dará en plenitud, se haga ya presente entre todos. Recordando aquella canción, los que estamos en Caritas Castrense… “Anunciaremos tu reino Señor. Reino de paz y justicia, reino de gracia y de amor”. Utopía que se hace realidad cada día a través de cada uno de nuestros voluntarios de buena voluntad.
El Delegado de Cáritas Castrense