Este tiempo litúrgico que va desde el primer domingo de Adviento a la solemnidad del bautismo de Jesús, es propicio para cultivar cuatro actitudes básicas cristianas: esperanza, alegría, oración, paciencia
¿Dónde está el tesoro de nuestra vida? Nuestra sociedad vive atrapada por la autosuficiencia materialista de sus propias conquistas que le hace prescindir de Dios y de la esperanza en la vida eterna. Sin estas dos referencias claves, solo puede haber soledad, desesperación y olvido de los demás. Por eso mismo, los cristianos hemos de crecer en signos y obras que hablen de nuestra fe en Dios salvador y de la esperanza como motor de nuestra existencia humana y cristiana. Sin un horizonte final ¿Qué sentido tiene la vida y las luchas de cada día? Decía san Juan Pablo II, “cuando muere la esperanza desaparecen las culturas”.
Esperar y celebrar la venida del Mesías, de nuestro Redentor, ¿qué sentimientos puede provocar sino la alegría? No nos referimos a un simple y pasajero estado de ánimo, que tiene su valor en sí y que es humano disfrutarlo, sino que hablamos de ese gozo que se siente en el corazón cuando percibimos que nuestra vidas están aseguradas en las buenas manos de Dios. Esto produce tranquilidad de conciencia, paz en el alma y entrega generosa hacia los demás. La tristeza, oscurece la mente, endurece el corazón y nos distancia de los otros.
El Adviento-Navidad invita a vivir más intensamente el espíritu de oración, a través de una mayor escucha de la Palabra de vida y del arrepentimiento de nuestros pecados en el Sacramento de la reconciliación. Además, procurando encontrar largos tiempos de silencios orantes, donde podamos presentar ante el Señor la debilidad humana de nuestra condición y a la vez sentir el suave aliento sanador de su infinita misericordia. Benedicto XVI, afirmaba: “Quien reza, no está solo”.
Por último, acrecentar la virtud de la paciencia en este periodo religioso, es continuar avanzando en la vida cristiana a pesar de que las cosas no sean fáciles, ni salgan a la primera. Es aceptarse uno mismo y progresar diariamente en la justicia con el prójimo. Sin olvidar que “en la paciencia de Dios somos salvados”.
Juan del Río Martín
Arzobispo Castrense de España