En la actualidad, hay más de 250 millones de personas que viven fuera del país de origen, de los que 22 millones y medio son refugiados. Esto representa un gran desafío para la humanidad y para la tarea de la Iglesia Católica. Ellos son el rostro permanente de las guerras y de las injusticias, pero a la vez simbolizan el anhelo que todo ser humano tiene de “vivir en un lugar estable y en paz”.
La perspectiva cristiana interpreta la tragedia de los excluidos de la tierra, desde la lógica de la centralidad de la persona humana creada por Dios, única e irrepetible y de la fe en Dios Redentor, que se hizo hombre por nosotros (cf. Ef 2,3-11). Jesús de Nazaret, nace en pobreza, vivió entre los pobres y muere en la cruz, abandonado. Esta revelación originaria, tiene como consecuencia, que la Iglesia sea el cuerpo encarnado de Cristo en la historia. Por lo tanto, está llamada a ser: “una Iglesia pobre para los pobres”, “una Iglesia en salida”, “una Iglesia que debe salir de sí misma e ir hacia las periferias” (PP. Francisco).
El Obispo de Roma cuando habla de los descartados, enfermos, migrantes, refugiados y demás pertenecientes a la cultura del descarte, lo hace de manera realista, valiente y evangélica. No oculta la cara de horror, pobreza, persecución etc…que encierra todo el fenómeno de los desheredados. Sin embargo, siempre hará una llamada a la acogida con “espíritu de misericordia”, como lo hacía en el último Mensaje de la Jornada de Paz: “Os invito, al contrario, a contemplarlo con una mirada llena de confianza, como una oportunidad para construir un futuro de paz”. Con esta actitud positiva, la humanidad puede transformarse cada vez más en la familia de todos, “casa común”, donde las armas se convierten en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Trabajemos por tener esta nueva sensibilidad, ternura y compasión hacia el que sufre en el alma o el cuerpo.
Durante este tiempo cuaresmal aprendamos a mirar a los ojos de los pobres, como lo hizo Jesús, el Buen Samaritano. Ellos nos hablaran de que no son meros objetos de campañas humanitarias donde depositar unas limosnas, sino seres humanos, hermanos nuestros, que se vieron golpeados por los poderosos “salteadores” de turnos. Ahora, en este período de gracia y conversión, demandan una “posada” y el “bálsamo” de la caridad. (cf. Lc 10,25-37).
+Juan del Río Martín
Arzobispo Castrense de España