Tiempo para pensar, pero tiempo para actuar cuando escuchamos por los altavoces el chifle y la voz “maniobra general”. Buenas noticias, puesto que, aunque se intenta navegar a vela, por vientos contrarios, horarios, entradas y salidas de los atraques, a veces se cingla con motor, un diesel lento con 2017 CV sobrealimentado de cuatro tiempos y seis cilindros en línea, que con un máximo de trescientas rpm puede dar al “Elcano” un impulso de casi diez nudos. Motor a punto por el discreto pero imprescindible trabajo del equipo de Máquinas (marinería, suboficiales y oficiales) que, además, hace que funcionen la luz, la potabilización del agua, los sanitarios, el aire acondicionado, las cocinas, la lavandería o cualquier otro aspecto mecánico del navío. Elogio a su labor, porque el visitante no imagina cuando pasea junto a las claraboyas de toldilla o besa nuestra bandera de España que, cinco cubiertas más abajo, en el fondo del buque y separados por unos centímetros de acero de fosas marinas de kilómetros de profundidad, entre el rumor del motor y los engranajes, y el olor a aceite, grasa y combustible, día y noche trabaja nuestra brigada de máquinas.
Pero volvemos a la superficie desde las entrañas del “Elcano”. Suena el chifle y a la voz “maniobra general” la cubierta se activa desde el castillo de proa hasta toldilla como un hormiguero en el que cada uno da el aviso “sin novedad” al llegar a su puesto. Guardiamarinas y marinería se ponen a las instrucciones de los contramaestres, que ejecutan las voces de los oficiales y éstos del Oficial Ayudante de Derrota a las órdenes del Comandante en el puente de gobierno. Dos variables, el viento y la mar, determinarán la manera en la que se debe gobernar el barco. El viento relativo según los anemómetros, su intensidad y su dirección, sumadas a las condiciones de la mar de fondo y de superficie, combinadas ambas variables con la derrota a seguir, decidirán izar o arriar y cargar el aparejo desde los cangrejos y velachos hasta los estays, escandalosas y demás velas de los cinco palos que arbola, cuatro de ellos con nombres de buques escuela que precedieron al “Elcano” en la historia: mesana (llamada “Nautilus”), mayor popel (“Asturias”), mayor proel (“Almansa”), trinquete (“Blanca”) y el bauprés bajo cuyo mascarón de proa danza la diosa Minerva sobre ninfas, nereidas y oceánides.
Hasta que suene la voz “afirma barlovento y aclara maniobra” distintos chifles orquestan en cada palo a marineros y guardiamarinas que, como en los veleros de antaño, cazarán, izarán, cargarán, amantillarán, lascarán, largarán velas para impulsar nuestro bergantín-goleta sobre la mar. Al escribir este artículo, con el barco tan escorado que las olas embarcan por babor hasta el alcázar, sobre cubierta la dotación caza o lasca cabos, los dan de mano o los dejan en banda sobre las cornamusas, desde la altura vertiginosa de los palos se aferra o larga aparejo, y nuestro viejo velero no surca sino que vuela sobre las olas. Apasionada libertad y mística unión con la Naturaleza que recuerda los poemas de Espronceda, Byron o Hodgson, las novelas de Melville, Salgari o Conrad, y las épicas de Homero y Virgilio. Naturaleza y cultura, romántico humanismo del hombre de mar que por la admiración de lo creado llega al Creador.
Termina la maniobra general, cae otro ocaso y, después de la plegaria de la dotación al Señor de la Calma y de la Tempestad, una manada de ballenas juega tan cerca de nuestro velero que se oye el sonido de sus saltos contra las aguas entre nubes de espuma y vapor de sus pulmones. Antes nos rozaron por la amura de estribor unas gigantescas tortugas. Unas focas bailan con la estela tras la limera del timón bajo la guindola. Anochece, y nacen multicolores las estrellas: la azulada “A-Crucix” de la constelacion “Crux” que orienta nuestra mirada hacia el Sur geográfico, la roja “Antares” de “Scorpius”, la amarilla “Rigil Kentaurus” de “Centaurus”, la blanca y brillantísima “Canopus” de la “Argo Navis” sumergida en la Vía Láctea y la anaranjada “Alphard” de la gran “Hydra”. Y, reflejados en la luna mengüante, que en este Hemisferio Sur no es mentirosa, como fantasmales espectros plateados vuelan a nuestra vera petreles y albatros. La dotación se retira a sus cámaras, sollados y camarotes, entra el relevo de las guardias de interior, máquinas, cubierta y puente, el panadero empieza a preparar el pan de mañana y nuestro “Juan Sebastián de Elcano” surca orgulloso el Océano Pacífico en las abisales aguas entre las Islas Galápagos y la costa continental de Hispanoamérica, antaño Imperio de España.