Y uno se queda pensando que por qué hay tantos que, habiendo disfrutado sin medida de lo que la vida les ha deparado, retroceden a épocas superadas y se instalan en el fanatismo, en el odio y en la locura de la sinrazón. ¿Qué está haciendo mal la vieja Europa, o qué no está haciendo? Mañana será tarde.
2. Un ángel: Ignacio Echeverría
A veces los ángeles dejan de ser anónimos, como en la Biblia, y responden por nombres. Estos días hemos conocido, desgraciadamente, a uno con nombre y apellidos cuyo final fue continuación y consecuencia de lo que había vivido siempre. La formación cultural y humana rodaba con el monopatín de la rectitud moral y el compromiso religioso. A nadie ha extrañado que, dadas sus convicciones y su implicación religiosa, actuara como actuó. Otra cosa es que se quiera obviar, porque eso no vende.
Desde esa trágica noche, “Abo” es referente de valentía, generosidad y sacrificio para todos los hombres de bien. En cada toque de oración y en todos los ocasos de sol su nombre brillará con luz propia siempre junto a los de los héroes de todos los tiempos. Este es nuestro pequeño, pero sentido homenaje.
3. Otros ángeles de la guarda.
Cuando esta revista llegue al buzón de nuestros correos, habremos cumplido ya 5 meses de misión; no sé por qué lo recuerdo, con lo bien contados que los llevan ustedes. Durante todo este tiempo, todos ellos, de distinta manera, según el puesto para el que han venido, han sido los protagonistas anónimos de una historia que, posiblemente, no tenga mucha transcendencia salvo para vosotros, las familias, para las unidades de procedencia y para aquellos que están vinculados por profesión a la misión.
Hoy, desde esta garita, en la que el sol hace un alto de cuando en cuando y la luna se posa caprichosa, quiero reconocerles y felicitarles por la profesionalidad,
los sacrificios, la entrega absoluta, el comportamiento ejemplar y la resistencia en una misión que pone a prueba, como ninguna otra, los conocimientos, la madurez, la confianza y el aguante físico y psíquico.
Un grupo sabiamente liderado, que no ha flaqueado y que, como los grandes, cada día ha ido a más y mejor, sin escucharse una queja ni saberse de un desvanecimiento. Ellos han hecho posible, desde la discreción y el anonimato, que una ciudad, Adana, de más de 2 millones de habitantes, pudiera hacer una vida normal y descansar, sin sobresaltos ni preocupaciones añadidas, por la noche.
Aquí hay un puñado de españoles que, si hiciera falta, repetirían gestas parecidas a las que dieron nombre otros compatriotas. Tienen el arrojo y el coraje de los soldados de Emplén, de Lepanto o del Rif. No los para ni los elementos climáticos ni el agotamiento físico. Desafían a la razón cada jornada y obedecen al corazón cosido al uniforme. Sienten la responsabilidad como si un hijo fuera y desgastan la vida, tan preciada, en beneficio de personas que nunca los miraran a los ojos ni les dirán, ni siquiera, “gracias”.
Ellos son el faro de la seguridad, el arco iris de la calma, los ángeles anónimos de la guarda, los centinelas de la paz. Estos artilleros son tan bravos y ejemplares que, para sus baterías, los habrían querido los dos capitanes legendarios. No dejan de soñar con el abrazo del regreso, porque siempre estáis presentes, pero no se distraen con espejismos en los que otros pasan media vida.
Así son y, a ustedes, enhorabuena porque desde España les ayudan a ser así. A ustedes se lo tenía que decir y a ellos se lo debía.
Con todo el afecto,
Páter J. Francisco Nistal.
Fuente: Revista el Acueducto