A mediado del mes pasado mientras estábamos celebrando la eucaristía dominical en la parroquia del Pilar de la Comandancia de la Guardia Civil de Sevilla, y en el momento de la oración de los fieles, un niño levanto la voz y en una de las peticiones, pidió por su padre que estaba destacado en Barcelona, para que el Señor lo protegiera. En ese instante me surgió una pregunta en mi interior. Esos guardia civiles están sacrificando tiempo de su vida familiar por mantener la paz en un lugar muy difícil y ninguno ha puesto alguna objeción para no ir. ¿Y yo que puedo hacer por ellos? En ese momento el Espíritu Santo me ilumino y en cuanto termino la eucaristía les pedí a los niños y a las madres que les escribieran unas letras a sus padres, pues se me había ocurrido, que lo mejor que podía hacer es ir a visitarlos y estar con ellos.
Esa idea fue tomando forma, se la propuse al coronel de la Comandancia, la cual le pareció acertada. Empecé a buscar horarios de trenes y vuelos para ver cuál sería el más apropiado, debido a que como soy sacerdote diocesano, no podía dejar mi parroquia sin la celebración eucarística. Al final encontré el vuelo de ida y vuelta que me interesaba y me puse a recoger sobres que olían a perfume y en el que estaban dibujados labios, corazoncitos, y dibujos entrañables.
Con esa carga de ilusión y muy temprano me puse en camino hacia el aeropuerto para tomar el vuelo que me condujera a Barcelona, mientras duraba dicho vuelo, me hacía una serie de preguntas, a las cuales muchas no les encontraba respuesta debido a que mi vida sacerdotal no nació con la vocación castrense, sino diocesana por lo que, algunas veces me pierdo en algunos temas. Pero al final llegué a la conclusión de que igual que el Espíritu Santo me iluminó ese día, del mismo modo me seguiría dirigiendo por el camino que Dios quisiera.
Todos esos miedos y dudas desaparecieron en el momento que puse mis pies en el aeropuerto del Prat y me encontré con el subteniente y su conductor. Sus primeras palabras fueron “gracias por acordarse usted de nosotros y venir”. A partir de ese momento todas mis dudas y miedos desaparecieron.
¿A quién me encontré allí? Me encontré a personas con nombres y apellidos que aman a su País, que aman su uniforme, que están dispuesto a sacrificar horas, días, meses de su familia, que es lo que más quieren en esta vida y todo por mantener la paz de su país. Hombres respetuosos, si hubo alguna frase que se repitió durante todo el día fue esta “Gracias páter poner venir y por estar con nosotros”, hombres con unas convicciones muy claras, hombres que si hubieran que definirlo de alguna maneras sería esta: “hombres que derrochan amor y generosidad”.
Pero cuando aquellas personas como trinquetes los fui nombrando y entregándole aquella carta que con tanto cariño les había escritos sus esposas e hijos, se iban derrumbando; muchos de ellos en el momento que se las entregaban se iban yendo a sus habitaciones y al rato aparecían con sus ojos enrojecidos, pero con unas caras que irradiaban felicidad. ¿Cómo en una sociedad en la que vivimos totalmente tecnificados, un trozo de papel puede hacer y desprender tanto cariño? Recuerdo las palabras que un GRS me dijo “que esa carta que le había llevado era más importante que si le hubieran regalado un lingote de oro”.
Durante todo el día tuvimos tiempo para hablar de lo divino y lo humano, de la catequesis de confirmación de adulto, de la opinión que yo tenía de la iglesia de Cataluña, de las comuniones de sus hijos; otros que pronto serán abuelos, del papel que estos desarrollan en esta sociedad, de lo importante que es la familia, de sus valores, de la educación, etc., etc.
Creo que en los cinco años que llevo en la Comandancia de Sevilla, no he evangelizado y hablado tanto de Dios como en las horas que permanecí con ellos ayer. Son en esos momentos difíciles de nuestra vida en la que nos planteamos más que nunca la existencia de Dios.
Y llego la hora de partir de nuevo para retomar el viaje de vuelta y conforme iba recorriendo solo el pasillo del aeropuerto, meditaba todo lo que había vivido en esas horas. Por un lado me iba contento de la labor hecha, el saber confiar en Dios que en cada momento me había puesto las palabras oportunas; el hacernos presente como páter, estando al lado de ellos en estos momentos, el hablarle de un Dios cercano. Pero al mismo tiempo dejaba a unos hombres que estaban sufriendo por las injusticias que están recibiendo por parte de una parte de la sociedad, a unos hombres que llevan mucho tiempo lejos de su familia, a unos hombres que viven algunas veces en condiciones duras, pero que son capaces de superarlas y vivirlas en silencio por amor a su Patria, a su familia, al Cuerpo y por amor a su Fe.