Pilina fue una niña precoz en cuestiones del espíritu. Mostró desde muy temprana edad una sensibilidad nada común para la vida de piedad y las formas virtuosas de conducta. Siempre estaba pronta para rezar el rosario en familia, visitar al Santísimo en la iglesia, evitar cualquier desavenencia con sus hermanos. Rezaba frecuentemente y con una atención desusada a su edad, se recogía en la iglesia a menudo para orar y meditar, seguía prontamente cualquier indicación relativa a la vida espiritual. Las enseñanzas que recibía en su familia y en el colegio las asumía con la mayor seriedad y las aplicaba a su vida diaria. Se preparó para la Primera Comunión con un interés sorprendente, según testimonio de una de sus profesoras. Sus padres le hicieron ver la necesidad de evitar en ese día todo ajetreo social, a fin de dar a la comunión el carácter de un encuentro con Jesús en la intimidad. Pilina asumió gustosamente la sugerencia.
Ese día marcó un hito en su camino hacia Dios. A partir de entonces se acercó diariamente a la Comunión, y en las callejas del barrio madrileño de Santo Domingo se renovó constantemente la bella estampa de la madre y la hija camino de la iglesia de San Gines, o de la capilla del Santo Niño del Remedio al terminar las clases de la mañana.
Si siempre mostró Pilina especial inclinación hacia la vida de piedad, esta tendencia se convirtió en consagración al encontrarse frente a frente con el inmenso sacrificio que implica una enfermedad incurable. Pilina se entregó a Dios durante la enfermedad con todo el peso de su existencia. Apenas le hablaron en el Hospital, las Hijas de la Caridad, de adherirse a la Unión de Enfermos Misioneros, se mostró dispuesta a tomar como ideal de su vida ofrecer sus sufrimientos al Señor por quienes han empeñado su vida en la tarea evangelizadora. Preguntó cuales eran las obligaciones de una “enferma misionera”, y, al advertir que podía cumplirlas, se consagró a la tarea promovida por esa pía Asociación. A partir de ese momento, todo dolor le parecía escaso con tal de realizar la gran tarea que se había propuesto. De esta forma, transformó su lecho en un altar, donde a diario recibía la comunión con tal fervor que movía al capellán a darle la bendición con el Santísimo antes de retirarse.
En el hospital se mostró siempre desprendida de sí misma y de sus intereses, atenta a agradecer cualquier servicio que se le prestaba, firme en su propósito de agradar siempre al Niño Jesús, que resumía y encarnaba para ella todas las excelencias del mundo religioso. Convencida del valor redentor del sacrificio y deseosa de tener algo que ofrecer al Señor, rehuía a menudo tomar calmantes que aliviaran los tremendos dolores que le producía la enfermedad, de modo que los médicos se admiraban de que aquella niña pudiera mantener un semblante tan plácido. La entereza con que aceptaba las curas y tratamientos, la generosidad con que se olvidaba de sí para preocuparse de las molestias que creía ocasionar a los demás y, sobre todo, su serenidad gozosa ante la muerte inminente hacían sentir sobre su cuerpo, consumido por la enfermedad, la presencia del Espíritu.
Recibida la Santa Unción con todo fervor y repartidas sus cosas y ahorros entre los pobres, Pilina se durmió para siempre con la suavidad con que lo hacía en los brazos de su madre cuando no podía reposar en el lecho. Era el día 6 de marzo de 1.962.
Los restos de Pilina reposaron en el cementerio de Carabanchel – vecino al Hospital Gómez Ulla – durante cuatro años. El 5 de marzo de 1.966 fueron trasladados a la Iglesia de San Gines. Desde 2006 están colocados en una urna debajo del altar de la capilla de Los Remedios.
El proceso ordinario de canonización de Pilina se abrió en Madrid el 20 de junio de 1.963 y se cerró el 20 de junio de 1.974. El 19 de abril de 2.004, la Congregación de las Causas de los Santos reconoció la heroicidad de sus virtudes y la declaró Venerable. Si la Congregación para las Causas de los Santos reconoce el carácter milagroso de una curación sorprendente atribuida a Pilina, se habrá cumplido el último requisito necesario para su Beatificación, que es la antesala de la Canonización. Muchas personas siguen testimoniando gracias concedidas, que pueden ser comunicadas al Párroco de San Ginés
La vida espiritual de Pilina no es “cosa de niños”. Quienes lo pensaron así, despectivamente, en cierto momento reconocieron con magnanimidad su error al adentrarse en los documentos de su Causa de Canonización. Pilina murió siendo todavía una niña, pero una niña dotada de una sorprendente madurez espiritual, que la llevaba a tomar con seriedad y entusiasmo la vida de relación con Dios; transmite un mensaje que afecta al sentido último de la vida.